El candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Mitt Romney, no comprende por qué las ventanillas de los aviones no se pueden abrir, como los de un coche.
Así lo expresó Romney, ex directivo del fondo de ‘private equity’ y ex gobernador de Massachusetts, el sábado, en una reunión con 1.500 donantes de su partido en Los Ángeles. La esposa de Romney, Ann, acababa de pasar un susto de los que no se olvidan cuando la cabina del avión en el que viajaba se llenó de humo y el aparato tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en Denver. Ann Romney volaba en un jet privado Challenger 600, con capacidad para 12 pasajeros.
En su encuentro, Romney dijo, según el diario 'Los Angeles Times': "Cuando hay fuego en un avión no hay adónde ir... y no puedes meter dentro oxígeno de fuera del avión porque las ventanillas no se abren. No sé por qué no se abren. Es un problema de verdad. Así que es muy peligroso".
Las ventanillas de los aviones a reacción, efectivamente, no solo no se abren, sino que están selladas. Eso se debe a varios motivos:
1) A la altura a la que vuelan, hay muy poco oxígeno y, si se pudieran abrir, el que hay dentro del avión se iría, con lo que el pasaje y la tripulación morirían de inmediato
2) A esa altura, la temperatura es bajo cero, con lo que, de nuevo, los ocupantes morirían por hipotermia;
3) Finalmente, la diferencia de presión entre el interior y el exterior del avión es muy grande. Si la ventanilla se abriera a una altura superior a 3.000 metros, se produciría una despresurización de la cabina, que pondría en serio peligro la seguridad del vuelo y obligaría a un aterrizaje forzoso inmediato.
Estas respuestas están accesibles en Yahoo! y en Google, lo que indica que el candidato no había ni siquiera mirado Internet antes de hacer su reflexión.
La posibilidad de que Romney quiera matar a su mujer y esté dando ideas a la empresa canadiense Bombardier, que fabrica el Challenger 600, parece descartada.
Al cierre de esta edición, Boeing y EADS no se habían pronunciado. Tampoco había indicios de que los asistentes al encuentro con Romney, que habían pagado cada uno 50.000 dólares (39.000 euros) hayan pedido que les devuelva el dinero porque, con semejantes reflexiones, mejor gastarse esa cantidad en copas.