domingo, 2 de enero de 2011

Australia: El diluvio bíblico




Entre los acontecimientos que marcaron el inicio del nuevo año, uno de ellos no es sino un toque de atención de que la naturaleza, como en el 2010 y desde hace varios años, volverá a recordarnos todo el daño que le hicimos.

El sábado 1, Andrew Fraser, gobernador del Estado de Queensland, que está en el noreste de Australia, afirmaba que esa región estaba sufriendo un “desastre de proporciones bíblicas” a causa de las lluvias que ya afectan en la región a más de 200.000 personas. La superficie anegada equivale a la suma de los territorios de Francia y Alemania. Estas son las peores inundaciones en Australia desde que se tienen registros. Se ha perdido la mitad de las cosechas nacionales y se espera que en algunos casos los precios de los alimentos suban hasta en un 45%. (El País, Madrid, 1 de enero del 2011).

El caso australiano no es sino otra muestra de una constante, la era de las catástrofes naturales. En el 2010 la cifra de muertes por desastres como lluvias, inundaciones, deslaves, olas de calor, frentes de frío, tifones, huracanes y terremotos, entre otros fenómenos, alcanzó a más de 250.00 personas. El año anterior, el 2009, fue de apenas 15.000.

El año 2010 fue además el más caluroso desde que se miden las temperaturas en 1850. Un dato revelador: sólo por olas de calor y tormentas murieron en el 2010 unas 17.000 personas, más que las causadas por accidentes de aviación en los últimos 15 años.

Durante más de cuarenta años, entre 1968 y el 2009, el terrorismo mató a unas 115.000 personas, bastante menos que los desequilibrios de la tierra y la atmósfera, en su mayor parte provocados por el ser humano en un solo año.

Es que incluso en el caso de los terremotos, que no están vinculados al calentamiento global, la acción humana tiene directa relación con las consecuencias en muertes. Se calcula que entre 400 y 500 millones de personas habitan en zonas de potenciales riesgos sísmicos, muchas de ellas en viviendas precarias, en viviendas vulnerables y en crecimiento por la miseria que acumula gente en esas geografías de alarma.

Pero salvo los terremotos, en el resto de los casos de desequilibrios en el planeta, la excesiva contaminación con gases de efecto invernadero, producto de las industrias o la deforestación y la falta de compromisos efectivos de reducción de esos gases por parte de los grandes contaminantes, que priorizan el actual modelo de crecimiento económico, sin desarrollo suficiente de energías más limpias, es obra de la agresión sistemática de los seres humanos a la naturaleza.

En el caso de la Biblia, aquel diluvio narrado en el Génesis fue un castigo de Dios a la maldad de los hombres en tiempos de Noé. En la actualidad, el tema no está en Dios alguno. Es cuestión de la irresponsabilidad de los habitantes autodenominados racionales del planeta.

Carlos Martini
Sociólogo. Periodista. Docente