
"No os preguntéis lo que Estados Unidos puede hacer por vosotros. Preguntaos qué podéis hacer vosotros por Estados Unidos", instó Kennedy, en traje de chaqueta y sin abrigo, a la multitud congregada en el Mall de Washington la gélida mañana del 20 de enero de 1961.
La mezcla de ilusión y determinación del joven senador de Massachusetts había conquistado a un país que comenzaba a ver al general Dwight D. Eisenhower como el abuelo de las clásicas ilustraciones de Norman Rockwell, y que buscaba una mirada fresca para remontar la Guerra Fría e impulsar la economía nacional.
A sus 43 años, Kennedy iba a convertirse en el presidente más joven de la historia del país, tras una trepidante campaña electoral que se vivió por primera vez ante las pantallas y se cerró con un estrecho margen de ventaja sobre su oponente, el entonces vicepresidente Richard Nixon.
Aún en blanco y negro, y por las tres cadenas de televisión que existían entonces -CBS, NBC y ABC-, millones de estadounidenses siguieron expectantes aquel discurso inaugural, que marcaría la entrada a la Casa Blanca de una fotogénica familia con dos niños pequeños y una primera dama, Jackie Kennedy, que destilaba elegancia.