Por Jackson Pichardo
Estos establecimientos se han convertido en un verdadero dolor de cabeza para muchos vecindarios de la República Dominicana, ya que son el lugar donde se congregan a ingerir bebidas alcohólicas un sinnúmero de personas que no tienen el poder adquisitivo para frecuentar un bar formal o una discoteca, debido a la precariedad económica en la que se desenvuelven las llamadas masas populares y los precios exorbitantes de éstos centros formales de diversión.
El colmadón viene a suplir esa carencia, su función social se ha convertido en ser el punto de encuentro del hombre y mujer del barrio, lugar donde se pueden tratar en igualdad de condiciones, punto donde todos se conocen y ensayan colectivamente un escape existencial a la realidad social que los agobia, el alcohol y la música estridente son el vehículo que los transporta a un estado de bienestar físico-mental temporal, que los hace desconectarse de las realidades diarias.
Del otro lado se encuentra el vecindario pasivo, compuesto generalmente por personas de edad madura y no tan maduras, que tuvieron la desgracia de que la otrora pulpería esté en la cercanía de sus hogares, los cuales son violentamente invadidos por la contaminación acústica que se origina en éstos lugares y por el temor a las frecuentes riñas que se producen allí debido a los más variados motivos.
Por otra parte están las autoridades públicas, verdaderas y auténticas seguidoras de la teorías de Poncio Pilatos, se lavan las manos ante la situación de desasosiego a la que están sometidos la mayoría de los barrios que sufren de éstos problemas, debido a que tienen miedo a que el lumpen social emplee su mente en algo diferente a drogarse con alcohol, y en cambio se dedique a reclamar mejoras sociales en sus comunidades.
Por lo tanto los funcionarios policiales, de medio ambiente y judiciales se convierten en cómplices de hecho de esta tragedia social y lo que hacen es allantar en los medios de comunicación, diciendo que están combatiendo el problema, mientras los dueños de los colmadones se burlan en la cara de sus vecinos descontentos, haciéndolos sentir impotentes ante la situación.
Para resolver el problema en que se han constituido los colmadones hace falta de una verdadera voluntad política de las instancias superiores del estado, las cuales deberían cambiar su enfoque de control social mediante la permisividad ante la proliferación de colmadones y puntos de drogas narcóticas en los barrios populares, por una inversión efectiva en educación y creación de empleos dignos, lo cual haría cada vez mas innecesaria la existencia de este tipo de válvulas de escape a la asfixiante situación social.
En lo que esto pueda lograrse, la sociedad debería ejercer mayor contraloría social sobre los funcionarios públicos que están llamados a mantener las normas de convivencia colectivas en un estado optimo, donde todos interactúen sin menoscabar el disfrute del derecho a la tranquilidad que todos merecemos vivir, porque es socialmente peligroso que un propietario de un negocio de expendio de alcohol y ruidos utilice su derecho de propiedad sobre un inmueble, para vulnerar el derecho a la paz de sus vecinos .
La solución temporal del problema de los colmadones podría venir de su regulación estricta en términos técnicos, que para poder funcionar tendrían que hacerlo sin perturbar el orden público y el debido derecho a la tranquilidad de sus vecinos, haciendo desaparecer la contaminación acústica y la aglomeración indiscriminada de personas, que mantienen en zozobra a la población.