Por
Isaías Amaro
Investigador Folklórico.
Las mujeres dominicanas consideran que el matrimonio es el éxito y se muestran dispuestas a conservar su hogar a toda costa.
Muchas apelan a recursos mágicos, aconsejadas por el brujo o por la vecina ducha n asuntos de brujería.
Pretenden crear una situación en la cual el marido sólo sienta atracción sexual por ella, dando una excelente atención al hogar. Es lo que aquí se llama amarramiento de marido.
En Santo Domingo, las opiniones se dividen en cuanto a la existencia o no del amarramiento en duda.
Pero son contados los que desconocen que hay mujeres que tratan de conservar el marido por medios supercheros.
De igual manera, se sabe que hay hombres que se sienten “amarrados” y visitan al brujo para deshacer el hechizo.
¿Cómo es que las mujeres pretenden amarrar al marido?
Las que creen en ello, pueden ser rica o ser pobres, de buena educación o de ninguna, comienzan por visitar al brujo o a la vecina experta en esos menesteres.
Llevándose de consejos, hay unas que toman al hombre las medidas de las distintas partes del cuerpo, sin dejar de incluir la de sexo, que se considera de gran importancia.
Registran esas medidas en cordones a los que hacen nudos, y cortan el cordón en las partes de las ligaduras. Y, según las averiguaciones, disponen las partes cortadas alrededor de un vaso, contentivo de una combinación bruja.
Ponen en el vaso una flor y prenden un velón, ante la imagen de cualquier santo, aunque la deidad preferida para esa práctica es “Santa Marta la Dominadora”.
Siempre siguiendo los consejos las practicantes ruegan a la imagen, al tiempo que an fuertes zapatazos en el piso.
“OH, Santa Marta la Dominadora, tráeme a Fulano de Tal a las plantas de mis pies, que no pueda estar sin mi…” es casi siempre el inicio obligado de estos ruegos, dichos en un sitio secreto.
¿Qué contiene el vaso además de la flor?
Tres curiosos indicaron las mismas sustancia, aunque invirtiendo el orden de delas, aceite coco, aceite intranquilo y azogue.
A ellas se suman un “te de clavo dulce, malagueta, yerba buena, mil de abejas, azúcar blanca y azúcar prieta”.
Hay mujeres que pretenden efectuar el “amarre” bañándose y preparando a los maridos refrescos con agua de la usada.
Una dama experta en esos menesteres aseguro que “es efectiva esa práctica” .
Hace menos de cinco años un agricultor declaraba ente un tribunal que intento matar a su consorte porque ésta registraba sus calzoncillos buscando vellos de pubis “para amarrarme”.
Otras creen que el marido puede se conservar echando gotas de cierto tipo de sangre en el café que él va a tomar.
“Con tres gotas bastan”. Dijo una mujer entrevistada, pero antes había afirmado desconocer tales prácticas.
Esposas hay que siempre están pendientes de las andanzas de sus maridos.
Y cuando le descubren un “embullo”, como se le dice a las amantes, tratan de desvanecer el romance por recursos de magia`.
Estas averiguan el nombre de la amante. Escribe ese nombre y el del marido en dos papelitos. Parte un limón a que echan cenizas y colocan los papeles de modo tal que cada nombre este frente a la tajada.
“Así se agrian, se ponen enemigos y más nunca vuelven a verse”, aseguro una creyente.
Para tener siempre “pisado” al marido, bajo su poder exclusivo, unas anotan el nombre completo de sus esposos en un papel que introducen en el zapato que llevan ellas.
Si tienen cosquilla en el pie, creen tener una indicación de que el hombre ha tenido ojos para ver apetitosamente a otra mujer. Y entonces zapatean fuerte. Las hay que viven dándose baños de hojas y flores. Baños hediondos y baños olorosos. Baños supercheros.
Se utiliza mucho la cascara de bayahonda para los baños pestilentes, al igual que el “anamú” la trementina y el amoníaco.
“La mujer que se da un baño hediondo se tiene que dar dos más” dijo una mujer.
Tras los baños hediondos vienen los baños olorosos, con gran variedad de flores, Agua de Florida, Vente-Conmigo y otras esencias.
Hay maridos que no permiten que sus esposas se junten con ciertas vecinas, porque además de chismosas, expreso un chofer de carro público, “les enseñan muchas sucierías.
Si éstas se sienten incapacitadas, agregó el entrevistado, “siempre saben un sitio de brujería”.
Y en Santo Domingo y por todo el país existen muchos lugares de esos.
El hombre que se cree amarrado, por insistencia de conocidos o por iniciativa propia, visita el brujo con la finalidad de “desatarse”. ¿Solo las mujeres intentan amarrar?.
También hombres, es la respuesta.
Y no son pocos los que para conseguir el amor de una mujer se buscan a los expertos.
“Así como los ven callados, los hombres también saben hacer sus sucierías”. Afirmó una señora. Y un hombre entrevistado corroboró las palabras de la dama.
Pero, sin lugar a dudas, las mujeres son las que apelan con más frecuencia a esas prácticas.
Hay señores mayores y jóvenes que creen que con un pelo de la cabeza de la pretendida pueden encantarla. Quizás el recurso más usado por los hombres es el de embrujar un pañuelo, para luego prestárselo a ella para que seque el sudor.
De José Labourt.