El oficio de hacer reír no es tarea fácil. Hay que estar por encima de los problemas y la cotidianidad, pero en ellos. Es decir, más bien se trata de ver la cotidianidad y los problemas con otros ojos, con los ojos del humor, con ver el otro lado, con reírse de los demás y de uno mismo.
Ramón Arturo Reyes lo entendió hace tiempo. Muy atrás, allá cuando su progenitor asistía al Hipódromo (hoy Estadio Cibao), donde bailaba y “ampallaba”, ofreciendo diversión con sus ocu- rrencias. En ese entonces, él lo asistía en ese difícil oficio de instalar una sonrisa en el rostro ajeno.
Desde entonces, Ramón cargó con la herencia de su padre, lo único que le dejó, ¡por supuesto! En la búsqueda de su identidad propia, se volvió Cucharimba, con cuyo personaje lleva casi 60 años “deleitándonos”.
Aprendió trucos de magia, viendo películas y luego practicándolos solo; y por lo menos en Santiago, todo el mundo ha disfrutado de un show de Cucharimba o Cuchara, como lo hemos acortado últimamente. Se ha convertido en un personaje nacional que, aunque no tenga una estatua en el Monumento a los Héroes de la Restauración, si está en vivo en él.
En 1972 adquirió una motocicleta y desde entonces, aparece en cumpleaños, bautizos, en el área monumental, en restaurantes o en cualquier calle de Santiago, presentando sus “mágicos trucos” y sus ocurrencias.
Este moreno fornido, que ya tiene sus años, con su sonrisa amplia y su popularidad, con su traje y su corbata de lazo, es un símbolo de Santiago, como decía en el comercial de Barceló, “Santiago es Santiago”.
Es ebanista, no pide, pero después de cada show callejero lanza su frase lapidaria: “No pido, pero los hijos míos tienen que comer”. Entonces la recolecta se hace amplia, todos dejan caer unos pesos en las manos de Cucharimba, por sus ocurrencias, por los chistes ya conocidos, por sus trucos de “magia”, por sus numerosos viajes a New York, sin tener visa, ni pasaporte, porque los hace en video, por su consagración a su oficio, por su gran corazón, sin malicia, porque Santiago es Santiago y Cucharimba es Cucharimba.
Señales de nobleza
Dos experiencias resultan para mí inolvidables con él. La primera, una visita que le hice a su hogar, una casa en construcción que fue levantada a golpes de esfuerzos y magias. En esa ocasión me echó en una bolsa una botella de cerveza para que me la llevara y la disfrutara en mi casa. Aquel gesto de atención y agradecimiento me conmovió y todavía me conmueve enormemente.
La segunda experiencia, muy reciente, fue cuando nos encontramos en su barrio Los Ciruelitos, yo en mi-sión laboral, ahí me dijo “¿Le traigo una botella de agua?” al instante, como por arte de magia, apareció aquel corpulento moreno, con su amplia sonrisa, con una helada botella de agua, con todo y el detalle de una servilleta. Todo un gesto de nobleza, buen corazón y sanidad espiritual.
Ramón Arturo Reyes lo entendió hace tiempo. Muy atrás, allá cuando su progenitor asistía al Hipódromo (hoy Estadio Cibao), donde bailaba y “ampallaba”, ofreciendo diversión con sus ocu- rrencias. En ese entonces, él lo asistía en ese difícil oficio de instalar una sonrisa en el rostro ajeno.
Desde entonces, Ramón cargó con la herencia de su padre, lo único que le dejó, ¡por supuesto! En la búsqueda de su identidad propia, se volvió Cucharimba, con cuyo personaje lleva casi 60 años “deleitándonos”.
Aprendió trucos de magia, viendo películas y luego practicándolos solo; y por lo menos en Santiago, todo el mundo ha disfrutado de un show de Cucharimba o Cuchara, como lo hemos acortado últimamente. Se ha convertido en un personaje nacional que, aunque no tenga una estatua en el Monumento a los Héroes de la Restauración, si está en vivo en él.
En 1972 adquirió una motocicleta y desde entonces, aparece en cumpleaños, bautizos, en el área monumental, en restaurantes o en cualquier calle de Santiago, presentando sus “mágicos trucos” y sus ocurrencias.
Este moreno fornido, que ya tiene sus años, con su sonrisa amplia y su popularidad, con su traje y su corbata de lazo, es un símbolo de Santiago, como decía en el comercial de Barceló, “Santiago es Santiago”.
Es ebanista, no pide, pero después de cada show callejero lanza su frase lapidaria: “No pido, pero los hijos míos tienen que comer”. Entonces la recolecta se hace amplia, todos dejan caer unos pesos en las manos de Cucharimba, por sus ocurrencias, por los chistes ya conocidos, por sus trucos de “magia”, por sus numerosos viajes a New York, sin tener visa, ni pasaporte, porque los hace en video, por su consagración a su oficio, por su gran corazón, sin malicia, porque Santiago es Santiago y Cucharimba es Cucharimba.
Señales de nobleza
Dos experiencias resultan para mí inolvidables con él. La primera, una visita que le hice a su hogar, una casa en construcción que fue levantada a golpes de esfuerzos y magias. En esa ocasión me echó en una bolsa una botella de cerveza para que me la llevara y la disfrutara en mi casa. Aquel gesto de atención y agradecimiento me conmovió y todavía me conmueve enormemente.
La segunda experiencia, muy reciente, fue cuando nos encontramos en su barrio Los Ciruelitos, yo en mi-sión laboral, ahí me dijo “¿Le traigo una botella de agua?” al instante, como por arte de magia, apareció aquel corpulento moreno, con su amplia sonrisa, con una helada botella de agua, con todo y el detalle de una servilleta. Todo un gesto de nobleza, buen corazón y sanidad espiritual.