Con el tiempo, el uso del teléfono celular se ha vuelto imprescindible. Andamos corriendo de lado a lado y atrás quedaron los beepers o localizadores y los teléfonos de la casa o de la oficina.
Ahora todo el mundo pide el número del celular y en este, es difícil decir “no estoy”, lo que sí es fácil decir es “estoy en una reunión”, cuando se está quizás en un “lugar tranquilo, donde se puede estar más cómodo”, disfrutando de una reunión mucho más agradable.
El celular es un artículo necesario para muchos y cuestión de moda y dependencia para otros. Desde el empresario y el profesional, hasta el paletero o el vendedor de comida en la calle, el “esquimalitero” o el limpiabotas, que ofrece su número para ser contactado para ofrecer sus servicios profesionales de lustrar zapatos, la lista es interminable. Lo cierto es que no hay bolsillo, ni cintura en el país, ni bolso de mujer que no contenga uno de ellos.
Para muchos caballeros, el celular es una desgracia. A veces, para algunas mujeres, también; hay veces en que darían lo que sea porque “no entre la señal”. Es una manera de ser controlados más fácilmente y las persecuciones o sistemas de custodio se han vuelto más efectivos con este aparato maravilloso y terrible.
Hay quienes lo usan solo como adorno, apagado todo el tiempo, sin tarjeta, sin minutos, pero andar con un celular de alta generación es parte de su atuendo, de su vestimenta, de su indumentaria. Un celular para muchísima gente es una necesidad, resuelve imprevistos, inconvenientes, situaciones, evita recorridos innecesarios, pero también su timbrazo y vibración resultan inoportunos en algunos momentos en que quisiéramos que no nos molestara ni el Papa, por católicos que seamos.
Un timbrazo es suficiente para iniciar una búsqueda entre todos los presentes, a ver “a quién es que le suena” y luego un querer escabullirse, haciendo un aparte para hablar “en privado”. Hay también expertos en hablar entre dientes, evitando que los demás puedan conocer la situación.
Los que tienen parejas controladoras quisieran estrellarlo en el pavimento, apagarlo por lo menos, pero no, porque la situación empeora, después viene el interrogatorio, la investigación y las persecusiones.
Bueno o malo, no podemos vivir sin él, lo que ha provocado un sistema de códigos, técnicas, trucos y prácticas que usted podrá conocer en grupos de hombres o de mujeres, nunca mixtos, que narran sus vivencias, experiencias, prácticas y técnicas, excusas y mentirillas que les resultan útiles cuando la situación se torna de-licada o requiere de cuidados especiales o de técnicas de manejo de expertos en esos menesteres.
Así que no se sorprenda si uno de estos días alguien se anima a editar un volumen, presentado en elegante acto de puesta en circulación, contenido de numerosas técnicas, salidas, prácticas y demás hierbas aromáticas recogidas todas en un “Manual del Buen Uso del Celular” o “Celular: Vivencias de un experto”, puede ser. El que esté libre de pecado, como dice Tricio, que le preste el celular a su pareja...