POR LUISA REBECCA VALENTIN VOZDIARIA.COM.DO
Años atrás, los semáforos representaban largas y aburridas pausas para organizar el tránsito, respetadas rigurosamente para evitar una infracción o para conducir en orden.
Hoy día, las cosas han cambiado. Un semáforo es ya un centro comercial ambulante que ofrece, desde aguacates, naranjas, caña o melones, hasta celulares, ropa y aparatos eléctricos de uso doméstico.
Cepillos dentales, dulces, fundas plásticas, perros, helados, agua, refrescos, plantas, tarjetas telefónicas, banderas, periódicos, juguetes, flores y hasta verduras; forman parte de las ofertas diarias de los centros comerciales ambulantes que se instalan a diario en los semáforos, centros de negocios anormales muy especial, donde no se paga impuestos, ni decoración de vitrinas, ni local en plazas, ni nada.
Es el lugar ideal para saber cuáles son las frutas de estación, para adquirir el periódico, comprar un juguete capaz de tranquilizar a un muchacho inquieto, un celular, unos lentes; comprar una merienda, una lanilla, una botella de agua, para contratar un servicio de plomería o refrigeración y ejercer la caridad con los pobres y de paso, ver cómo anda el mundo.
Allá uno dice que cambia menudo y un niño apenas alcanza para limpiar el cristal por un peso. Ropa usada, tenis, discos, películas y todo lo que está de moda. Los semáforos son un centro de vivencias y de gente que vive ahí y que espera el rojo para hacer negocios.
Hoy día, las cosas han cambiado. Un semáforo es ya un centro comercial ambulante que ofrece, desde aguacates, naranjas, caña o melones, hasta celulares, ropa y aparatos eléctricos de uso doméstico.
Cepillos dentales, dulces, fundas plásticas, perros, helados, agua, refrescos, plantas, tarjetas telefónicas, banderas, periódicos, juguetes, flores y hasta verduras; forman parte de las ofertas diarias de los centros comerciales ambulantes que se instalan a diario en los semáforos, centros de negocios anormales muy especial, donde no se paga impuestos, ni decoración de vitrinas, ni local en plazas, ni nada.
Es el lugar ideal para saber cuáles son las frutas de estación, para adquirir el periódico, comprar un juguete capaz de tranquilizar a un muchacho inquieto, un celular, unos lentes; comprar una merienda, una lanilla, una botella de agua, para contratar un servicio de plomería o refrigeración y ejercer la caridad con los pobres y de paso, ver cómo anda el mundo.
Allá uno dice que cambia menudo y un niño apenas alcanza para limpiar el cristal por un peso. Ropa usada, tenis, discos, películas y todo lo que está de moda. Los semáforos son un centro de vivencias y de gente que vive ahí y que espera el rojo para hacer negocios.