En años anteriores, recuerdo como me detenía en la puerta de la Iglesia, me persignaba haciendo la acostumbrada reverencia y hacía mi entrada al templo. De igual modo, todos los feligreses hacían lo mismo.
Cada persona, sintiendo el debido respeto a la casa de Dios, iba vestida de forma discreta y sencilla. A diferencia de estos tiempos, donde ya no hay el más mínimo respeto a las normas de la Iglesia.
Actualmente, es un orgullo entrar a la celebración de la Eucaristía con una blusa sin mangas, resaltando atributos femeninos, como es el caso de las mujeres. En ese sentido los hombres siguen siendo discretos y sencillos.
Con esto me refiero a que para visitar un templo ahora, hay que vestirse con el mejor atuendo que haya en el armario, pues aquello es todo un desfile de modas, donde brilla más quien mejor se vista.
Recuerdo que cuando niña mi bisabuela me decía “ya no te arregles más, vámonos así, ¿tú no sabes que ante los ojos de Dios todos somos iguales?”. Esa misma frase la escuché muchas veces de mi madre, mis tíos, amigos de mi familia y vecinos.
La realidad actual es distinta, ahora, aunque ante los ojos de Dios seamos iguales, hay que ir pulcro y radiante, ya no permitimos que un mendigo sea nuestro acompañante de banco, pues “este apesta y no me deja concentrar”…
Otro factor que incide en la pérdida de respeto a las costumbres aprendidas en tiempos pasados, está el uso del popular Blackberry, ya no se presta atención a las lecturas, porque el chisme por el “BB” resulta más interesante.
Al fin y al cabo, son muy pocas las personas que van prestas a escuchar el evangelio para su posterior análisis, ahora vamos a modelar ropa y celurares, para luego hacer las críticas de lugar a las imperfecciones percibidas.
Es preciso reflexionar en torno a este tema tan olvidado. No dejemos de lado nuestras costumbres y creencias, sigamos el ejemplo de nuestros ancestros y saquemos el mejor provecho ya que decidimos visitar un templo.
No importa como nos vistamos si de verdad asistimos para congregarnos como hermanos a escuchar los consejos de nuestro padre. Ría, goce, cante, exprésese, sin perder el norte. Cada espacio tiene su propósito y su ambiente y el de la Iglesia no es para modelar, mucho menos para chismear.
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