EDITORIAL DEL PERIODICO EL CARIBE PARTE II
El colapso del servicio de recogida de la basura y los problemas sanitarios que arrastra es sólo un lado del drama del segundo conglomerado urbano del país, Santiago, que de acuerdo al último censo de población aloja 1 millón 46 mil 182 personas.
El peor y más visible flagelo lo constituye la violencia, que solapa el más profundo drama: la inequidad social, cada vez más santiagueros pobres e indigentes, alojados en zonas de alto riesgo que amenazan el hábitat del municipio principal.
Todos los discursos públicos y privados se centran en la violencia visible, la que todos sufrimos.
El liderazgo social y económico, universitario, religioso, la gente común, se crispa una y otra vez con el incremento de la violencia que compite con los polos de mayores índices de criminalidad.
El propio presidente de la República y las autoridades vinculadas al combate de la criminalidad, se vieron urgidos a celebrar un “Encuentro Cívico por la Seguridad” en septiembre pasado en Santiago, con una tasa de criminalidad estimada por encima del 15%.
Pero la violencia sigue. Y aunque no queremos ser pesimistas, no percibimos soluciones si no se toman en cuenta hallazgos interesantes.
Un estudio patrocinado por la ONU-FAO, en Santiago, reveló que la pobreza aumentó en esa provincia de un 35% desde 1993 a un 40% en el 2010.
Hace 20 años Santiago tenía la población menos pobre del país, pero esa realidad se ha modificado.
La clase media baja y pobre se elevó al 56.7% al final de la década pasada. Pero organismos nacionales ya advertían el drama. En 2002, la Oficina Nacional de Estadística (ONE), en su estudio “Santiago en Cifras”, reveló que el nivel de pobreza estaba por encima de un 27%.
Todo se ha agravado con los fuertes flujos migratorios hacia el municipio, sin políticas públicas para manejar esa situación. Es probable que la inequidad social anide la violencia criminal y del hogar, al margen de la criminalidad globalizada.
¿Qué hará Santiago para evitar que le canten jaque mate?
El peor y más visible flagelo lo constituye la violencia, que solapa el más profundo drama: la inequidad social, cada vez más santiagueros pobres e indigentes, alojados en zonas de alto riesgo que amenazan el hábitat del municipio principal.
Todos los discursos públicos y privados se centran en la violencia visible, la que todos sufrimos.
El liderazgo social y económico, universitario, religioso, la gente común, se crispa una y otra vez con el incremento de la violencia que compite con los polos de mayores índices de criminalidad.
El propio presidente de la República y las autoridades vinculadas al combate de la criminalidad, se vieron urgidos a celebrar un “Encuentro Cívico por la Seguridad” en septiembre pasado en Santiago, con una tasa de criminalidad estimada por encima del 15%.
Pero la violencia sigue. Y aunque no queremos ser pesimistas, no percibimos soluciones si no se toman en cuenta hallazgos interesantes.
Un estudio patrocinado por la ONU-FAO, en Santiago, reveló que la pobreza aumentó en esa provincia de un 35% desde 1993 a un 40% en el 2010.
Hace 20 años Santiago tenía la población menos pobre del país, pero esa realidad se ha modificado.
La clase media baja y pobre se elevó al 56.7% al final de la década pasada. Pero organismos nacionales ya advertían el drama. En 2002, la Oficina Nacional de Estadística (ONE), en su estudio “Santiago en Cifras”, reveló que el nivel de pobreza estaba por encima de un 27%.
Todo se ha agravado con los fuertes flujos migratorios hacia el municipio, sin políticas públicas para manejar esa situación. Es probable que la inequidad social anide la violencia criminal y del hogar, al margen de la criminalidad globalizada.
¿Qué hará Santiago para evitar que le canten jaque mate?