Todos saben que las apariencias engañan; sin embargo, ¡cuántas personas se equivocan por culpa de los prejuicios!
Recientemente, el ex presidente de la Suprema Corte de Justicia expresó su preocupación por los índices de delincuencia en el país, afirmando que la sociedad no anda por buen camino cuando (entre otras cosas) hombres y mujeres ostentan de los tatuajes y piercings.
Pero el magistrado Subero Isa sólo refleja un prejuicio que tienen muchos y que a veces se convierte en regla en algunas instituciones. Así, hace unos pocos días, a un amigo le impidieron la entrada al Archivo General de la Nación en razón de los aretes que lleva puestos.
Pero hay otras reglas más absurdas: por ejemplo, aquella que establece un impedimento para entrar en la catedral cuando se está en pantalones cortos o camiseta sin mangas; esa es una norma incomprensible en la casa de un Dios que cuestiona a Eva porque está vestida. ¿será Dios un fashionista?
En los tribunales se prohíbe la entrada de mujeres en camiseta sin mangas y en la Junta Central Electoral se prohibió hace unos meses la entrada de un muchacho en chancletas.
¡Qué afan este de prejuzgar por el aspecto físico!
Recuerdo el cuento de un jefe de la policía que trotaba en el parque Mirador una mañana y unos subalternos le detuvieron pidiéndole su identificación; indignado, el oficial les cuestionó sobre el acoso injustificado del que estaba siendo víctima, respondiéndole los policías "es que un negro trotando es sospechoso".
No podemos olvidar la época de persecución de aquellas "peladas calientes" elemento esencial para lograr un paseo en "Griselda" luego de las tristemente famosas redadas de la policía en los barrios de la parte alta de la capital.
Pero la verdad es que si a prejuicios vamos, los dominicanos deberíamos tener mucho cuidado al ver a un banquero de saco y corbata; en Najayo ya se puede formar un equipo de baloncesto por la cantidad de banqueros que se encuentran guardando prisión.
Así ocurre con los policías y militares; no pasa un día sin que veamos en las noticias la participación de un uniformado en delitos relacionados con el robo o el narcotráfico.
¿Y qué podemos decir de los terribles casos de pederastia protagonizados por sacerdotes católicos?
Si los prejuicios en nuestro país se basaran en hechos concretos, tendríamos que impedir la entrada a policías, militares, curas o banqueros a muchos lugares; pero preferimos hacerle la vida imposible a una persona por un aretito que no le hace daño a nadie.
Así como no es justo prejuzgar a un individuo y calificarlo de corrupto porque sea político, o de delincuente porque sea policía, o de estafador porque sea banquero, o de pederasta porque sea cura; así tampoco es justo calificar a un joven de delincuente o drogadicto porque lleve tatuajes o aretes, ni de sinvergüenza porque ande en chancletas o en camiseta sin mangas.
Todo esto no pasara de la anécdota si no fuera porque tales prejuicios constituyen un atentado a la libertad y al derecho a la igualdad. "A nadie se le puede obligar a hacer lo que la ley no manda ni impedírsele lo que la ley no prohibe" señala el numeral 15 del artículo 40 de nuestra Constitución.
¿Dónde está la ley que establece una limitación al libre tránsito o al ingreso en una entidad pública por causa de la apariencia física?
La Constitución proscribe la discriminación al establecer que "todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, reciben la misma protección y trato de las instituciones, autoridades y demás personas y gozan de los mismos derechos, libertades y oportunidades, sin ninguna discriminación por razones de género, color, edad, discapacidad, nacionalidad, vínculos familiares, lengua, religión, opinión política o filosófica, condición social o personal. (...)"
El impedimento de entrada a una institución por un prejuicio basado en la idea que tengamos de una persona por su apariencia física, además de violatorio de los derechos fundamentales de esa persona, es absurdo y contraproducente.
Respetemos los derechos de las personas, vamos mejor a fijarnos en sus hechos y dejemos a un lado los prejuicios y pongamos mayor atención en las cosas realmente importantes.
Recientemente, el ex presidente de la Suprema Corte de Justicia expresó su preocupación por los índices de delincuencia en el país, afirmando que la sociedad no anda por buen camino cuando (entre otras cosas) hombres y mujeres ostentan de los tatuajes y piercings.
Pero el magistrado Subero Isa sólo refleja un prejuicio que tienen muchos y que a veces se convierte en regla en algunas instituciones. Así, hace unos pocos días, a un amigo le impidieron la entrada al Archivo General de la Nación en razón de los aretes que lleva puestos.
Pero hay otras reglas más absurdas: por ejemplo, aquella que establece un impedimento para entrar en la catedral cuando se está en pantalones cortos o camiseta sin mangas; esa es una norma incomprensible en la casa de un Dios que cuestiona a Eva porque está vestida. ¿será Dios un fashionista?
En los tribunales se prohíbe la entrada de mujeres en camiseta sin mangas y en la Junta Central Electoral se prohibió hace unos meses la entrada de un muchacho en chancletas.
¡Qué afan este de prejuzgar por el aspecto físico!
Recuerdo el cuento de un jefe de la policía que trotaba en el parque Mirador una mañana y unos subalternos le detuvieron pidiéndole su identificación; indignado, el oficial les cuestionó sobre el acoso injustificado del que estaba siendo víctima, respondiéndole los policías "es que un negro trotando es sospechoso".
No podemos olvidar la época de persecución de aquellas "peladas calientes" elemento esencial para lograr un paseo en "Griselda" luego de las tristemente famosas redadas de la policía en los barrios de la parte alta de la capital.
Pero la verdad es que si a prejuicios vamos, los dominicanos deberíamos tener mucho cuidado al ver a un banquero de saco y corbata; en Najayo ya se puede formar un equipo de baloncesto por la cantidad de banqueros que se encuentran guardando prisión.
Así ocurre con los policías y militares; no pasa un día sin que veamos en las noticias la participación de un uniformado en delitos relacionados con el robo o el narcotráfico.
¿Y qué podemos decir de los terribles casos de pederastia protagonizados por sacerdotes católicos?
Si los prejuicios en nuestro país se basaran en hechos concretos, tendríamos que impedir la entrada a policías, militares, curas o banqueros a muchos lugares; pero preferimos hacerle la vida imposible a una persona por un aretito que no le hace daño a nadie.
Así como no es justo prejuzgar a un individuo y calificarlo de corrupto porque sea político, o de delincuente porque sea policía, o de estafador porque sea banquero, o de pederasta porque sea cura; así tampoco es justo calificar a un joven de delincuente o drogadicto porque lleve tatuajes o aretes, ni de sinvergüenza porque ande en chancletas o en camiseta sin mangas.
Todo esto no pasara de la anécdota si no fuera porque tales prejuicios constituyen un atentado a la libertad y al derecho a la igualdad. "A nadie se le puede obligar a hacer lo que la ley no manda ni impedírsele lo que la ley no prohibe" señala el numeral 15 del artículo 40 de nuestra Constitución.
¿Dónde está la ley que establece una limitación al libre tránsito o al ingreso en una entidad pública por causa de la apariencia física?
La Constitución proscribe la discriminación al establecer que "todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, reciben la misma protección y trato de las instituciones, autoridades y demás personas y gozan de los mismos derechos, libertades y oportunidades, sin ninguna discriminación por razones de género, color, edad, discapacidad, nacionalidad, vínculos familiares, lengua, religión, opinión política o filosófica, condición social o personal. (...)"
El impedimento de entrada a una institución por un prejuicio basado en la idea que tengamos de una persona por su apariencia física, además de violatorio de los derechos fundamentales de esa persona, es absurdo y contraproducente.
Respetemos los derechos de las personas, vamos mejor a fijarnos en sus hechos y dejemos a un lado los prejuicios y pongamos mayor atención en las cosas realmente importantes.
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