Es muy fácil homenajear a Duarte. Primero, pensar en su figura de mirada triste y su flor trinitaria en la solapa. Después, hablar de las injusticias de que fue víctima, lo que no pudo hacer porque no lo dejaron, su lejana muerte en el olvido, su inútil generosidad ante el tirano y su amor por la patria pateada. Hay que citar su condena implacable de los malos dominicanos, su “sed justos lo primero” y aquello de que seremos libres de toda potencia extranjera. Y, por último, ilustrar con él las páginas de los diarios…y después ¡pa’l carajo!
Por Ramón Colombo