SANTO DOMINGO. Los dominicanos somos locos con el agua. Debe ser porque: a) vivimos de calor en calor, o b) porque somos insulares. Donde quiera que vemos o sentimos agua correr, ahí nos instalamos, haya o no paragüita, tubo o traje de baño. El agua, como la alegría, forma parte de nuestro código genético.
Aunque cada día una mayor cantidad de personas vive la Semana Santa con profunda espiritualidad, un segmento importante de la población aprovecha el largo asueto para planificar una "gira" o una visita al balneario dulce o salado de su preferencia.
Las "giras", como se le conocen a los viajes organizados informalmente, no gozan de muchos requisitos: da igual que el autobús tenga o no aire acondicionado y que la "cocina" sea la parte más caliente de la guagua. Con lo que se disfruta, da lo mismo si el transporte tiene techo. Muchas giras se organizan en la parte de atrás de una camioneta y el chofer no recibe quejas.
La gira incluye, sin orden especifico: mujeres en "bajimama" y pantalones cortísimos, hombres con definición propia y muy particular de traje de baño, tubos de gomas, salvavidas de todos los tipos, un montón de muchachos propios y ajenos y una paila de espaguetis.
Lo hermoso de la paila de espaguetis es que es a prueba de golpes: alguien la sube a la guagua y camina entre los pies de todos los pasajeros en un interminable vaivén que termina de ablandar la pasta, porque no hay otra explicación razonable para tanto desmán con lo que luego será el plato más apetecido de la tarde.
Los miembros de la gira finalmente llegan al sitio con agua (da igual si es playa, río o "balneario"). Entre la gente que se baja, los niños que se reparten con amenazas de ahorcarlos si se ahogan, da inicio a uno de los mejores recuerdos del dominicano.
Cuando el hambre aprieta después de horas de diversión acuática y el sol ha calentado los espaguetis que la arena ha conferido una textura crujiente resaltando su apariencia decididamente rojiza y ligeramente grasa, comienza la procesión: todos los de la gira, más algún amigo aparecido, se acercan, plato de 'foam' en mano, a degustar de esta delicia culinaria que nunca fue pensada ni para playa ni para exteriores, ¡pero vaya que tiene fanáticos en esta zona!
¿Con qué se acompaña?
Claro que con pan: de agua, sobao, de sándwich y mucha hambre!
Otras delicias:
No hay playa sin yaniqueques ni pescados fritos. Sin batatas ni fritos verdes.
Si sufre de algún tipo de alergia alimentaria que pueda resultar de la contaminación cruzada, no le recomendamos que consuma el producto local. Es probable que después de la tanda de pescado llegue el turno de la longaniza, del chicharrón, del salami o de los yaniqueques de huevo frito. Si su estómago tiene tendencia al pánico, por favor no coma nada de lo anterior, ni exija ver el aceite del fondo del caldero.
Más cerca de la playa, bordeando la arena, vendedores informales con melao en la boca, lo convencerán de probar los "ostiones más frescos", acompañados de un chorrito de limón para rematar el gusto o una fundita con 6 camarones rojos (coloreados con bija). Los mariscos variados son una delicia obligatoria y los precios abiertos a discusión. Lo mismo pasa con el salpicón de bulgao o la mamajuana de mariscos, cuyos ingredientes varían según los gustos… y los resultados, también.
Este artículo no pudo ser escrito sin la valiosa colaboración de José Pérez y David Mejía. ¡Mil gracias! himilcetejada@live.com