Hay momentos en la carrera de cualquier mandatario en que tiene que cruzar el Rubicón a pie y considerar que no se puede estar bien con Dios y con el diablo al mismo tiempo (procurando identificar al verdadero diablo, por más que éste se disfrace). Esta semana a Danilo Medina le ha llegado ese momento, con su decisión sobre la malhadada sentencia 168-13, engendro inhumano por el que el resto del mundo suapea el piso con este país. Esta semana, Danilo se eleva a la gloria o baja al maloliente zafacón de la historia. Él lo sabe.