sábado, 13 de junio de 2015

La amante que pudo matar a Fidel Castro ASEGURA QUE ESTUVO A PUNTO DE ANIQUILAR AL COMANDANTE CON DOS PASTILLAS

Lucía Leal (EFE)

Baltimore (EEUU) La primera amante que tuvo Fidel Castro cuando llegó al poder en Cuba solo se arrepiente de una cosa: no haberse quedado en la isla después de renunciar a convertirse, de la mano de la CIA, en la asesina del comandante. 

 Un primer plano de Fidel Castro, una fotografía de cuerpo entero con el uniforme arrugado, y otra en la que él la mira profundamente a los ojos en un barco: son los tesoros de Marita Lorenz, expuestos con mimo en las paredes de su salón, dedicado a un hombre al que estuvo a punto de aniquilar con dos pastillas.

 "Todavía le amo, y amo el recuerdo que tengo de él. Cada día hay pequeñas cosas que me recuerdan a él", afirma Lorenz en una entrevista con Efe en su modesta casa de Baltimore (Maryland). 

 En los 75 años de Lorenz cabe más que en muchas vidas: pasó por un campo de concentración nazi en su Alemania natal, fue agente de la CIA y del FBI, novia de un exdictador venezolano, testigo de una presunta conspiración para asesinar a John F. Kennedy y del caso Watergate que hundió a Richard Nixon. 

 Pero la huella más importante en su vida la dejó su primer amor, el comandante cubano del que se enamoró con diecinueve años y con el que, asegura, tuvo un hijo al que no conoció hasta veintidós años después. 

 Su "intenso" idilio con Fidel en 1959 desembocó en lo que ella creyó ser un aborto y que la empujó confusa a EE.UU, algo que la CIA aprovechó para convencerla de viajar a La Habana con dos píldoras para asesinar a Castro a finales de 1960. 

 "Puse las pastillas en un tarro de crema facial, pero eran cápsulas de gel, así que no funcionó, quedó todo viscoso", recuerda. Antes de viajar, Lorenz ya se había dado cuenta de que sería incapaz de matarlo. Una vez en la suite del hotel de Castro, donde ella había pasado más de ocho meses, trató de desechar la mezcla en el bidé, y terminó justo antes de que Fidel entrara.

 "Me había deshecho del veneno que iba a arrebatarle la vida. Estaba tan aliviada, me sentí como nueva, a punto de llorar", dice.

 Consciente de que su examante se había relacionado con los círculos anticastristas de Miami, Castro no tardó en preguntar a Lorenz si había venido a matarlo, y ella confesó de inmediato.

 "Nunca olvidaré ese momento, agarró su pistola, me la entregó y me dijo: 'Aquí tienes, puedes matarme'. Le dije: 'no quise matarte la primera vez, no quiero matarte una segunda'", relata.