lunes, 28 de noviembre de 2016

El estigma del 28


Hoy es día 28, un número que los dominicanos asocian a la locura y que junto a la palabra “manicomio” han configurado una realidad marcada históricamente por el estigma, la indiferencia, el olvido y la crueldad en los tratamientos a los pacientes con trastornos mentales, vistos siempre como la cara fea de la sociedad. 

Loco, desquiciado, sicótico, lunático, demente, orate, insano, anormal, desequilibrado, chiflado y tostado, son una amplia gama de términos para calificar esta condición humana, la mayoría peyorativos, y que también en el pasado estuvo asociada a posiciones mágico-religiosas, especialmente demoníacas o a un castigo divino.

También con frases, refranes, chistes y canciones se hace alusión a la demencia, casi siempre en un contexto negativo. 

“Cuando veo a los estudiantes muy alborotados les digo a veces en broma, no pueden negar que aquí había un manicomio.”
SOR DIGNA MEJÍA, Directora del Colegio Juan Zegrí



Los pioneros en la asistencia a la salud mental a escala mundial fueron “a tientas y locas” en materia de tratamiento, con métodos que luego se demostró su invalidez, como la lobotomía, que consistía en abrir el cerebro para quitar o destruir parte de la corteza frontal, pues se consideraba un procedimiento eficaz para tratar las enfermedades mentales, sobre todo las crónicas, como la esquizofrenia y la depresión severa. 


La insulina también se usó como tratamiento para provocar comas hipoglucémicos a los pacientes e incluso llegó a asociarse la locura a las fases de la Luna, una etapa de desconocimiento que prevaleció hasta que en el siglo XVII el médico francés Philippe Pinel, considerado el verdadero primer gran psiquiatra, comenzó a cambiar la actitud de la sociedad hacia los enfermos mentales.

Es una condición que incluso ha apasionado a grandes escritores y cineastas. Erasmo de Róterdam lo trató en su obra “Elogio de la locura”; Miguel Cervantes, en El Quijote, y William Shakespeare, en Hamlet. Pero también ha sido llevado al cine en numerosas películas, algunas premiadas con el Oscar, como “El silencio de los inocentes”, “Isla siniestra”, “Naranja mecánica”, “Nebraska”, “Siempre Alice” y “Cisne negro”.

Desde 1934 y hasta los setenta también fue muy popular una serie que inició en el cine y luego fue llevada a la televisión llamada “The three stooges”, conocida en Latinoamérica como “Los tres chiflados”, con tres personajes  -Moe, Larry y Curley- que sobresalían por su jocosidad basada en la violencia física y verbal. 

Inicios en RD

República Dominicana no estuvo ajena a esa realidad mundial de crueldad y olvido frente a los enfermos mentales, a partir de que el padre Francisco Xavier Billini (1837-1896), un sacerdote filántropo nacido en Santo Domingo, fundara en 1869  la Casa de Beneficencia para proteger a personas desvalidas, miserables y dementes en las Ruinas del Convento de San Francisco de la Ciudad Colonial, además de crear la Lotería Nacional para apoyar las actividades caritativas que desarrollaba. Aunque mucho antes, en 1848, ya se hablaba de la asistencia a los enfermos mentales en el Hospital Militar, según reseña el pisiquiatra Fernando Sánchez Martínez en su libro “La Psiquiatría dominicana”.

La cárcel de Nigua, en la provincia San Cristóbal, donde funcionó un leprocomio y el segundo centro psiquiátrico, fue construida por el gobierno militar norteamericano durante la primera intervención de Estados Unidos en República Dominicana (1916-1924), a un costo aproximado de 100,000 dólares.

Una atalaya y cinco pabellones componían la estructura donde estuvo instalada la primera brigada de infantería de las tropas interventoras, pero que en 1919 se convirtió en la Penitenciaría Nacional de Nigua.

La dictadura de Rafael Leónidas Trujillo la utilizó, además de sanatorio para enfermos mentales, como cárcel para los opositores del régimen, donde recibían severos castigos, torturas y hasta eran asesinados.

Durante la dictadura fueron recluidos en la cárcel figuras prominentes como Juan Bosch, Francisco Augusto Lora, Juan Isidro Jimenes Grullón, Amadeo Barletta, Eduardo Vicioso y Pablito Mirabal, un niño cubano de 12 años que vino al país en la expedición de Constanza, Maimón y Estero Hondo contra el sátrapa.

El lugar llegó a ser tan lúgubre que el escritor José Almoina, en su libro “Una satrapía en el Caribe”, calificó el penal de Nigua como un espantoso campo de concentración, y plantea que durante mucho tiempo se dijo que “era preferible tener cien niguas en un pie, que un pie en Nigua”, en referencia al insecto que se introduce bajo la piel y las uñas de los humanos, causándoles un intenso escozor. 

Cuando en 1952 el Gobierno construyó la cárcel La Victoria, en Santo Domingo Norte, a unos 14.3 kms de Santo Domingo, los presos de Nigua fueron trasladados al nuevo recinto y la cárcel quedó exclusivamente como hospital psiquiátrico.

Ahora funciona un colegio

“Esta fue una cárcel muy funesta”, expresa Félix Ramón Batista, médico asistente del leprocomio Nuestra Señora de Las Mercedes, ubicado a unos 100 metros de la edificación que ahora ocupa el colegio Juan Zegrí, donde reciben docencia 1,207 estudiantes, desde pre-escolar hasta la educación media.

La estructura fue cedida al centro educativo que lleva el nombre del fundador de las Hermanas Mercedarias de la Caridad, el beato Juan Zegrí, y aunque se han levantado nuevas edificaciones y hecho algunas remodelaciones, se conservan la atalaya y los cinco pabellones donde recluían a presos y a los enfermos mentales. A las edificaciones sólo les han cambiado la madera y  el zinc.

“Cuando alguien entraba a Nigua como preso político, la familia se ponía luto, le guardaba los nueve días y le hacía horas santas, porque se entendía que nadie salía con vida de allí”, indicó Bautista. 

En dos de los pabellones, donde ahora estudiantes reciben cursos técnicos y clases de informática, todavía se conservan en las paredes 42 argollas usadas para atar con grilletes a los presos políticos de la dictadura, y luego cuando funcionó como Psiquiátrico a los enfermos mentales considerados peligrosos.

También algunas de las paredes mantienen la pintura gris y verde de la época en que funcionó, y los gruesos barrotes colocados en las ventanas. En cada pabellón hay tres cuartos pequeños -dos a la entrada y uno al fondo- que eran usados como “celdas solitarias” para castigar a los reos y encerrar a los enfermos mentales, y que ahora el colegio usa como depósitos.

“Hemos tratado de conservar estos elementos porque sabemos el valor histórico que tienen”, expresa sor Digna Mejía, quien estudió en el colegio desde 1993 hasta el 2000 y ahora tiene tres años como su directora.

Una escalera angosta de 50 escalones permite llegar al tercer piso de la atalaya desde donde se podía divisar todo el entorno del penal y el Psiquiátrico, incluido el pabellón con un campanario donde estuvo recluido el barítono dominicano Eduardo Brito, en honor a quien luego se bautizó con su nombre el Teatro Nacional de la capital.

Desde la atalaya construida en forma circular  se puede divisar en el patio un agujero que sirve como desagüe y otros cinco que han sido sellados por las autoridades del colegio, pues en la etapa de construcción fueron encontradas numerosas osamentas, las que se presume pertenecen a presos que allí mismo fueron sepultados, algunos de opositores de la dictadura.

“Una vez un empleado estaba trabajando con una podadora en el patio y el aparato comenzó a hundirse por ese agujero que no ha sido sellado”, recordó sor Digna, quien desconoce adónde conduce el orificio en el patio que filtra el agua en pocos minutos, sin importar cuán grande haya sido el aguacero.

En el leprocomio Nuestra Señora de las Mercedes existe otra edificación en ruinas donde, según Batista, alojaban a presos políticos y a “locos furiosos”.

Trujillo construyó en el inmueble otro anexo llamado “Clínica Psiquiátrica”, donde se atendían a pacientes de familias de elevada posición económica o que llegaban con una recomendación oficial.

El Psiquiátrico de Nigua se considera un momento oprobioso cuando se hurga en esa etapa de la atención en salud mental en el país. El psiquiatra Antonio Zaglul, quien fue director del centro de 1950 a 1959, en su obra “Mis 500 locos”, escrita para reseñar su experiencia allí lo describe de la siguiente manera en la página 27: “Yo estaba en un ambiente primitivo... Una hipertrofia de poder, una macana en la cintura y un desprecio absoluto por el enfermo mental, esa era, en síntesis, la situación, y había que superarla o irse a la buena de Dios”.

La indiferencia oficial hacia los pacientes recluidos allí era tal que el psiquiatra narra en su obra que la Secretaría de Salud Pública intervino por una epidemia de tifoidea en el centro, solo después de que murieran cerca de 30 enfermos mentales, y pese a que cada día hacía antesala en el despacho del secretario, desde que se detectaron los primeros casos, para procurar la asistencia a los pacientes.

A los enfermos mentales incluso les aplicaban “electroshock” como castigo y también les inyectaban trementina en los muslos para calmarlos, lo que motivó el título del libro “Trementina, Clerén y Bongó”, escrito por el periodista Julio González Herrera, quien era ingresado con regularidad en el Psiquiátrico por las crisis que sufría debido a su adicción al alcohol y en otra ocasión estuvo un tiempo prolongado porque insultó públicamente al padre de Trujillo.

De Nigua al kilómetro 28

El Psiquiátrico de Nigua colindaba con “La Hacienda María”, una hermosa vivienda de dos niveles, próxima al mar Caribe, usada por Trujillo como centro de recreación, donde tenía tres piscinas, un campo de golf de nueve hoyos y una playa privada. 

Allí, el 18 de noviembre de 1961, el hijo del tirano, Ramfis Trujillo, ejecutó a seis de los que participaron en el complot para el ajusticiamiento del sátrapa, el 30 de mayo de 1961.

Batista, el médico residente del leprocomio, recuerda que los enfermos mentales del Psiquiátrico de Nigua solían penetrar a la propiedad del dictador a comer frutos,  beber leche de las propias ubres de las vacas y hasta a copular con esos animales.

“Trujillo decidió construir un nuevo hospital psiquiátrico para satisfacer sus deseos de grandeza, pero también para evitar que los locos continuaran penetrando a su hacienda”, refiere el facultativo.

Cuando Trujillo inauguró el nuevo y moderno centro ubicado en el kilómetro 28 de la Autopista Duarte, el 1∫ de agosto de 1959, se pensó que las penurias de los enfermos mentales llegarían a su fin y que el trato inhumano cambiaría. Un boletín de septiembre de ese año emitido por el Gobierno expresa que el nuevo centro “es un hermoso complejo de edificios levantados junto a la autopista Duarte, bajo la dependencia directa de la Secretaría de Salud y Previsión Social que tuvo a su cargo la elaboración del proyecto correspondiente, siguiendo las normas más modernas en establecimientos de este tipo”.

Sin embargo, al igual que en Nigua, donde estaban junto a los leprosos, el Psiquiátrico del 28 fue dividido por el dictador en dos para alojar en un área a los enfermos mentales y en la otra a pacientes con tuberculosis, pues era una estrafalaria estructura con 31 pabellones y capacidad para 1,000 pacientes. El área del tuberculoso la ocupa actualmente el hospital “Doctor Rodolfo de la Cruz Lora”.

El rápido deterioro de las instalaciones del 28 construido por Trujillo ha sido objeto de decenas de crónicas y reportajes periodísticos que reseñan las precarias condiciones de los servicios y el trato inhumano a los pacientes, lo que poco a poco lo convirtió en un depósito de enfermos.

Cirilo Constanza, encargado de Archivo y con 28 años como empleado en el Psiquiátrico, convertido desde agosto pasado en el Centro de Rehabilitación Psicosocial (CRPS), recuerda que entró como vigilante de pabellón y la situación era caótica, porque eran alrededor de 700 enfermos y pocos empleados.



“Aquí se peleaba todos los días y tú tenías que cuidar tu vida”, afirmó Constanza, tras recordar que en varias ocasiones tuvo que enfrentar a pacientes que con piedras u otros objetos presionaban para salir del hospital.

Precisa que recibían también muchas quejas de los vecinos porque en ese tiempo la comunidad de los alrededores le tenía pavor a los enfermos mentales. “Había que tener cuatro testículos en esa época para trabajar en el 28 porque realmente era tenebroso”, añadió, aunque destaca como un elemento positivo la comida abundante en el Psiquiátrico.

Constanza asegura que aprendió a perder el miedo para manejar a los pacientes y garantizar la seguridad del personal y hasta de visitantes, como en una ocasión que “tuve que llavear a un paciente que estaba ahorcando a su padre en la sala de observación”.

El encargado de Archivo del CRPS lamentó que cerca de 50,000 historias clínicas de unas 100,000 que había en el centro hayan sido botadas porque ahí estaba gran parte de la historia en materia de salud mental en República Dominicana.

Mientras, Inocencia de Peña, subdirectora de Enfermería y desde 1989 en el Psiquiátrico, recuerda que en ese tiempo había escasez de todo. “No había agua, ni ropa para los enfermos, ni jabón. El centro siempre vivió de las ayudas”, añadió sobre las precariedades que enfrentaba el escaso personal.

“Aquí quedaron los valientes”, dice De Peña al recordar que cuando llegó había alrededor de 100 enfermeras formándose en el Psiquiátrico y al poco tiempo quedaron cerca de 60 debido a las precarias condiciones de trabajo. 

“En ocasiones teníamos que cortar los envases de los sueros después de aplicados para usarlos como vasos y así poder dar agua a los pacientes”, añadió.

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