Aunque trabajó toda su vida en este país –más de 30 años como empleada doméstica– y reportó anualmente sus impuestos como lo establece la ley, Lezama no pudo cotizar al Seguro Social debido a carece de documentos legales de residencia.
Esto le impide recibir algún beneficio o asistencia por parte del Gobierno Federal, que le ayuden a sobrellevar su vejez de una manera más fácil y, sobre todo, más digna.
En vez de recibir un cheque mensual de pensión, la mujer, originaria del estado de Puebla, sobrevive con los $15 –o menos– que reúne semanalmente recogiendo latas por horas en las calles de Manhattan.
“Yo he pedido y he luchado muchísimo para que me den alguna ayuda. Pero si no tienes número de seguro social, no tienes derecho para nada”, dice Lezama.
Además de no recibir beneficios del seguro social, su condición de indocumentada no le permite obtener otro tipo de asistencia como cupones de comida, seguro médico para envejecienes (Medicare) y mucho menos ayuda para costear la vivienda.
Y, como si fuera poco, Lezama se encuentra al borde de quedar en la calle debido a que la pariente lejana con la que vive prácticamente “arrimada”, está a punto de mudarse de Nueva York.
“Ella me permite quedarme en su casa, pero se va a casar y se va a ir, y ya me dijo que en mayo o junio me regrese a mi país”, indica la inmigrante mexicana, quien reside en el vecindario latino de “El Barrio”, en el East Harlem de Manhattan.
“No yo no puedo regresarme a México, porque yo salí de allá hace 30 años y ya no tengo familia; ellos no existen. Y si voy para allá es como si llegara a un país desconocido, porque toda mi vida la he hecho aquí”, añade la anciana con evidente preocupación.
Escapó a la violencia pero la atrapó la depresión
El calvario de Lezama comenzó hace 30 años cuando la mexicana tomó la valiente decisión de abandonarlo todo y venirse a Estados Unidos para escapar de años de abuso.
“En mi país sufrí mucho de violencia doméstica y me vine para acá huyendo de esa violencia. Llegue aquí cruzando por la frontera y aquí me quedé”, relata Lezama.
“Tengo una fuerte depresión, ansiedad y mucho estrés, porque vengo sufriendo de muchas cosas desde hace mucho tiempo, desde que yo me vine para acá”, agrega.
Nueva York no los abandona
Si bien las personas indocumentadas no pueden recibir asistencia de ningún tipo por parte del Gobierno Federal –especialmente ahora bajo la administración Trump–, hay estados como Nueva York que, desde hace mucho tiempo, han decidido no abandonar a “los sin papeles”, incluyendo a las personas de la tercera edad.
Por ejemplo, en la Gran Manzana hay servicios y programas que pueden ser utilizados o recibidos por cualquier persona sin importar si son indocumentados o si no tienen los recursos económicos para pagar por los mismos.
Entre estos servicios, los más vitales para los envejecienes son la ayuda alimenticia y los cuidados de salud.
“Todos los servicios en Nueva York están disponibles sin importar tu estatus migratorio. Los hospitales públicos tienen la opción ‘HHC Option’, que es un programa de escala de tarifas (sliding scale), con el que la persona que no tiene seguro médico, puede pagar por los servicios de salud dependiendo de sus ingresos”, explica Carolina Hoyos, directora del Centro de Recursos para Cuidadores (Caregiver Resource Center) del Departamento para Envejecientes de la Ciudad de Nueva York (DFTA).
“A los que no tienen documentos legales y tienen una emergencia médica, los hospitales públicos de Nueva York les proveen de un Medicaid de emergencia”, agrega Hoyos.
Esto se ha convertido en un verdadero salvavidas para inmigrantes como Cecilia Lezama, quien a pesar de no contar con seguro médico privado o cobertura de salud gubernamental, ha podido recibir terapia psicológica para ayudarla con sus problemas de salud mental en el Hospital Metropolitano ubicado en el East Harlem, en Manhattan, y que pertenece a la red de 11 hospitales públicos de la corporación ‘NYC Health + Hospitals’.
“Hace dos años fui al hospital (Metropolitano) porque me sentía muy enferma. Tenía una fuerte depresión y estaba muy triste. Pero gracias a la ayuda de una trabajadora social me he aliviado mucho y estoy más tranquila”, cuenta Lezama, quien recibe terapia una vez a la semana.
Además de beneficiarse de los cuidados médicos que ofrecen los hospitales públicos neoyorquinos, la septuagenaria también aprovecha los servicios y programas que prestan los centros de envejecientes de la DFTA que, como otras agencias de la ciudad, no preguntan sobre el estatus migratorio de los beneficiarios.
Entre estos programas uno de los más vitales es el de los desayunos y almuerzos económicos –o gratis–, conocido como ‘congregate meals’ (‘comidas en congregación’), que se le ofrecen a los envejecientes, sin importar su capacidad de pago o estatus migratorio.
“Aquí me dan comida diaria y con ese almuerzo sobrevivo (…) Además, aunque no tenga la ‘green card’ puedo participar en el programa del pantry (despensas de alimentos), que a mí me sirve mucho, porque esa comida es saludable y me la llevo a mi casa para tenerla como reserva”, explica Lezama, quien acude al centro de envejecientes ‘Carter Burden/Leonard Covello Senior Center’, ubicado en el 312 East 109th Street del East Harlem.
“Eso ha sido de una gran ayuda. Yo estaba muy gorda porque comía mucho por la ansiedad y baje de 250 libras a 190 gracias a que me enseñaron a cambiar mi alimentación, a comer más frutas, vegetales y a tomar más agua”, agrega.
La mujer cuenta que también le saca provecho a los talleres, clases y programas gratuitos que se ofrecen en los centros para personas mayores de la ciudad. Entre los que más disfruta destacan las caminatas en grupo, clases de ejercicios, zumba, baile, costura, pintura y canto.
“Estoy en un grupo de Karaoke. Me gusta cantar mucho y cuando lo hago siento que saco de adentro el estrés que yo tengo y el sentimiento de tristeza”, dice.
“Además, cuando vengo aquí me siento muy contenta porque tengo a mis compañeras que son como hermanas y les puedo platicar sobre mis penas. Eso me ha ayudado mucho espiritualmente para sobrellevar mis años más fácilmente”, admite la inmigrante.
Según explica Carolina Hoyos, para que las personas de la tercera edad puedan participar en todos los programas y servicios que ofrece el DFTA, no existe el requisito de preguntarles sobre su estatus migratorio. Sin embargo el mismo se discute algunas veces con el fin de saber si la persona puede tener acceso y beneficiarse de programas gubernamentales como a Medicare o Medicaid. Pero esto nunca se comparte con las autoridades federales.
Cecilia Lezama almuerza todos los días pagando sólo $1 en un centro para envejecientes de el East Harlem./Mariela Lombard.
Hay miedo en la ‘era Trump’
“Me siento más estresada y con miedo. No quiero salir lejos de mi casa porque siento que me persiguen. Eso me ha enfermado más aún de la ansiedad y la depresión (…) Es una situación muy terrible y lamentable porque hay mucha discriminación”.
Así responde, sin titubeos, Cecilia Lezama cuando le preguntamos sobre cómo se siente siendo una inmigrante indocumentada en la ‘era Trump’. A pesar que reconoce que el vivir en una “ciudad santuario” como Nueva York la hace sentir un poco más segura, la mexicana comparte sus temores por lo que describe como una “ola discriminatoria” en la actualidad.
“El otro día fui a una tienda y me preguntaron que si yo hablaba inglés. Les dije que no y me gritaron en inglés –que yo lo entiendo bien aunque no lo hablo– ‘si usted está en NY usted tiene que aprender inglés, porque usted está en América y no debe hablar español’”, recuerda Lezama.
La mujer confiesa que no tiene esperanzas que haya algún tipo ayuda para los inmigrantes y mucho menos una amnistía durante esta administración. Sin embargo, le pide a otros que viven en su misma situación que no bajen la guardia. “Para las personas de la tercera edad que no tienen documentos legales mi mensaje es que luchen por lo que ellos quieren y que busquen ayuda porque sí la hay”.
@eldiariony

