lunes, 21 de mayo de 2018

La cámara de torturas que pocos conocen



Juan Salazar
Santo Domingo
Más allá de los centros de torturas ubicados en  La 40 y en la carretera Mella de la capital, existió otro poco conocido en la autopista Duarte, a unos seis kilómetros de Villa Altagracia, donde todavía quedan las huellas de las torturas y abusos cometidos contra opositores de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo.

La cárcel está ubicada a la altura del kilómetro 36 de la autopista Duarte y allí funcionaron cinco celdas, ahora sin divisiones, para usarlas como depósito de madera. Solo tres de ellas conservan los barrotes en las ventanas.

A la entrada hay dos edificaciones donde residen igual cantidad de familias y está todavía una letrina que se utilizaba en el recinto.  Esos locales alojaron la oficina administrativa y albergaron al personal que custodiaba la cárcel y que ejecutaba las torturas.

Justo a la derecha de la estructura donde estaban las celdas hay un espacio que funcionó como establo y que ahora el señor Catalino Hernández, nativo de Villa Altagracia y residente en Villa Mella, utiliza para la crianza de cerdos.



Una escalera con peldaños normales para subir y tipo corredizo para bajar conduce a un pasillo que ha quedado sepultado por el agua, restos de la vegetación y la basura acumulada.

Los vecinos desconocen si el pasillo conduce a otra edificación, al parecer un sótano, donde se asegura que los opositores de la dictadura  trujillista eran vejados y torturados.

Hernández, de 51 años, y su hermano Candelario Pérez, de 50 años y con 18 residiendo en el lugar con su esposa, cuatro hijos y tres nietos, aseguran que ninguna autoridad se ha acercado al lugar para verificar qué hay en el área que funcionaba como sótano, adonde ellos nunca han intentado acceder.



En la otra edificación ubicada a la entrada reside el señor José Altagracia de Jesús (Chico), de 76 años y con alrededor de 40 en el lugar.

Para mostrar al equipo de LISTÍN DIARIO la profundidad del pasillo sepultado por el agua y los escombros, Pérez tomó un pedazo de rama que se hundió casi por completo.

Debajo y a la derecha hay también un enorme agujero que conecta al pasillo, pero también sin acceso por los escombros acumulados y que, según Pérez, enlaza con una ancha tubería que desemboca en una cañada.

“Cuando llegué aquí ese pasillo estaba lleno de bejucos. Logré limpiar un poco pero la basura y tierra impiden descubrir adónde lleva”, precisó.

En las cárceles clandestinas de La 40, donde funcionó el Rancho Jacqueline y ahora está instalada la Iglesia San Pablo Apóstol en el barrio Cristo Rey; la del Nueve, de la carretera Mella, y en esta prácticamente desconocida, opositores a la dictadura fueron cruelmente torturados y otros asesinados.

Los métodos más comunes de tortura eran sentarlos en la silla eléctrica, aplicar la verga de toro (un látigo preparado con el pene disecado de ese animal al que se le incrustaban alambres de púas en la punta), picanas (bastón eléctrico aplicado en las costillas, abdomen y testículos), golpear con trozos de bambú, uso del tortor (pedazo de soga con dos pedacitos de madera para facilitar el ahorcamiento), apagar cigarrillos en su cuerpo, echar agua salada en los cuerpos lacerados y azuzar perros rabiosos contra los prisioneros.

Los testimonios de quienes estuvieron allí dan cuenta de que las torturas psicológicas llegaron a ser tan crueles como las físicas, y se extendieron a los familiares en sus hogares, mientras sus parientes estaban encerrados o eran perseguidos.

Trujillo encabezó una de las tiranías más crueles, represivas y sangrientas de Latinoamérica desde su ascenso al poder en 1930 hasta su ajusticiamiento el 30 de mayo de 1961, en la carretera Santo Domingo-San Cristóbal.