domingo, 24 de noviembre de 2019

A 30 años del día que Pablo Escobar hizo explotar un avión comercial y mató a 110 personas... pero se salvó la única a la que quería asesinar



Eran las 7:16 de la mañana del lunes 27 de noviembre de 1989 cuando un estallido en el cielo conmocionó a todo un país. Era el vuelo 203 de Avianca, la principal aerolínea comercial de Colombia, que tan solo cinco minutos después de despegar de Bogotá con rumbo a Cali, caía hecho pedazos sobre Soacha, el municipio más cercano.

En la tragedia murieron 101 pasajeros, seis miembros de tripulación y tres personas en tierra por los escombros. Ninguno de ellos se llamaba César Gaviria Trujillo, entonces candidato a la Presidencia de la República, quien se suponía que estaba a bordo, pues la explosión que cobró la vida de esas 110 personas, había sido ordenada por el capo del Cartel de Medellín, Pablo Emilio Escobar Gaviria, para asesinarlo.

“Vi que el avión botaba un chorro de humo y al momento fue la explosión. Eso fue como si hubiera sido una bomba. Se partió. Mejor dicho, vuelto pedazos”, contó Luis Vargas, vigilante de la empresa fabricadora de municiones y piezas militares, Indumil, uno de los primeros testimonios del atentado que recogieron los medios.

Otros testimonios afirmaron lo mismo agregando que tras una primera explosión el avión cayó rápidamente dejando atrás una estela de humo, después se produjo otra explosión que lo dividió en cuatro grandes trozos pesados. Los cuerpos y restos del avión quedaron desparramados sobre los cerros cercanos a Soacha.

César Gaviria sobrevivió al atentado por no abordar el vuelo 203 de Avianca, llegaría a la presidencia de Colombia y aún se mantiene políticamente activo como director del Partido Liberal.
César Gaviria sobrevivió al atentado por no abordar el vuelo 203 de Avianca, llegaría a la presidencia de Colombia y aún se mantiene políticamente activo como director del Partido Liberal.



La explosión se produjo cuando el avión Boeing 727 de placas HK 1803 se encontraba superando los 10 mil pies de altura. Tan solo un minuto y medio antes de estallar, el capitán José Ignacio Ossa, un veterano piloto con más de 9 mil horas de vuelo, reportó a la torre de control y tomó rumbo hacia Girardot, un municipio asentado a la orilla del río Magdalena entre las cordilleras Central y Oriental. El aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón de Cali, destino final del vuelo, estaba a tan solo 32 minutos.

Entre los pasajeros del vuelo estaba el tenor Gallardo Arellano, quien ocupó la primera silla del avión, dos filas atrás, en la silla 3A viajaba el director de mercadeo de Colgate, Alfredo Azuero Echeverry; el biólogo Alemán Henry von Prahl Bauer ocupó la silla 14C y una fila atrás de él estaba John Gregory, funcionario de USAID.

En el asiento de enfrente de Gregory, la silla 15F, correspondía a un individuo del mismo nombre que el dueño de Avianca, Julio Santodomingo, pero en su lugar viajaba Alberto Prieto, que abordó el vuelo con un maletín en el que creía que escondía una grabadora, pero que en realidad terminó detonando la bomba que tumbó el vuelo.

Ante la magnitud de lo ocurrido las autoridades colombianas trataron de ser prudentes y no dar información, calificando el hecho como “un misterio” mientras se adelantaban las investigaciones. En ellas participó el gobierno de los Estados Unidos que en menos de 48 horas envió a Bogotá personas de la National Transportation Safety Board, la Federal Aviation Administration y el FBI. La explosión revestía un particular interés para la potencia del norte pues en el vuelo viajaban dos ciudadanos estadounidenses: Carlos Andres Escobí y Astrid del Pilar Gómez.

Por eso las primeras versiones fueron rumores, y los primeros señalados fueron “Los Extraditables” una suerte de gremio mafioso integrado por los principales miembros de los carteles de Medellín y de Cali que declararon una guerra frontal al Gobierno y a los políticos que promovían la extradición. “Preferimos una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos”, era su lema.

Esos rumores fuero confirmados una semana después del atentado por el jefe de la Aeronáutica Civil, Yesid Castaño González, quien señaló a Alberto Prieto de ser un hombre bomba engañado por el Cartel de Medellín, o un “suizo”, como se le llamaba a los suicidas en la jerga de los narcos. Castaño confirmó que el individuo Julio Santodomingo había comprado dos pasajes para el vuelo 203 de Avianca, uno para él y otro para Prieto y que habría llegado al aeropuerto esa mañana, ingresando hasta la sala de espera, pero desistió de abordar a último minuto.

Sería él quien le comunicara su misión a Prieto: grabar la conversación de unos “sapos” que viajaban la fila 14, delante suyo. Para eso le entregó la maleta donde supuestamente estaba la grabadora, pero al activarla lo que detonó fue una bomba.

INFOBAE