martes, 14 de abril de 2020

Dominicano deportado: no te dan empleo tan fácil por miedo a tener un ‘criminal’ contigo


Nació en el populoso barrio capitalino Cristo Rey y a los 27 días de llegar al mundo su familia emigró a el Bronx en Nueva York. Quién pensaría que ese muchacho, al que le hacían bullying por ser dominicano, se vincularía con la pandilla Los Trinitarios, caería preso en los Estados Unidos, retornaría a su país deportado y a sus 37 años buscaría plasmar en un libro cómo es volver a Quisqueya y no de vacaciones.

Pablo Sosa fue uno de los 2,215 dominicanos que en 2010 fueron deportados de los Estados Unidos con una condena penal previa, según estadísticas oficiales de ese país.

Había sido encarcelado en varias ocasiones, pero los seis años de prisión que le impusieron por homicidio rebosaron el cúmulo de faltas a las leyes en su prontuario. No se interesó en apelar su deportación y asegura que avaló voluntariamente su regreso a la República Dominicana. Pero cuando volvió en junio de ese año, la realidad lo golpeó.

Aunque visitaba el país con regularidad y conocía la cultura dominicana, el primer apagón energético le resultó chocante. Pero de lo que no se pudo recuperar durante unos cuatro años fue de sentirse perdido y deprimido.

“Sentía que no sabía de dónde soy, porque yo estoy aquí (en la República Dominicana) y todo el mundo me mira como si no soy de aquí, pero cuando estoy allá (en los Estados Unidos) me dicen que no soy de allá”, dice.

La mayoría de los dominicanos deportados entrevistados para un estudio del Gobierno que abordó el retorno forzoso de criollos al país dijo que no recibió ningún apoyo al llegar a la República Dominicana. Uno de cada cuatro mencionó a la Dirección General de Migración y uno de cada veinte a la Procuraduría General de la República. Esta última tiene la Unidad de Reinserción de Repatriados para dar asistencia en salud, legal, educativa y laboral.

Los que reportaron algún tipo de apoyo en su mayoría fueron mujeres y la ayuda provino mayormente de una entidad sin fines de lucro.


A diferencia de una buena parte de los dominicanos retornados que consiguen empleo antes de los siete meses de estar en el país, Sosa es del grupo que el estudio gubernamental encontró que necesita entre siete meses y hasta más de un año para conseguir un trabajo.

“No te dan empleo tan fácil si eres un deportado (...), creo que por el miedo de tener a un ‘criminal’ trabajando contigo, pero eso depende de tu situación”, dice.

Fue hace cuatro años que encontró su primer empleo estable en el país. Su dominio del inglés le permitió entrar a trabajar en un call center. Aunque su contrato laboral está suspendido por el cierre de empresas debido a la pandemia del COVID-19, en la compañía escaló al puesto de supervisor y muchos de sus compañeros de trabajo también son deportados.

Tres años antes había emprendido un negocio de venta de ropas nuevas y usadas, que aún mantiene.

El 10.8 % de los migrantes retornados entrevistados para el estudio “Caracterización de la población dominicana retornada de cara a la formulación de políticas públicas considerando su reinserción a la sociedad dominicana y a la protección social”, publicado en 2019 por la Vicepresidencia y el Instituto Nacional de Migración, dijo poseer una empresa o negocio propio.

Una proporción de los dominicanos que retornan al país tras residir en el exterior vuelve al extranjero por razones económicas y otra buena parte tarda hasta un año para conseguir empleo, siendo los más desempleados los que retornaron de forma forzosa como los deportados.

Entre 2016 y 2018, los Estados Unidos expulsó a 5,851 dominicanos, 76.4 % de estos tenían una condena penal previa y el resto no tenía, de acuerdo a estadísticas que divulga el Departamento de Seguridad Nacional de ese país.

Los criollos fueron la sexta y séptima nacionalidad más deportada en esos dos años, por debajo de México, Guatemala y Honduras, que ocuparon los tres primeros puestos.

De forma más amplia, el total de dominicanos deportados desde los Estados Unidos de 1993 a 2016 se estima en más de 66,600 personas, y 68.2 % de estos tenía algún caso criminal.



El estudio que aborda la caracterización de la población dominicana retornada (publicado antes de la pandemia del coronavirus) destaca que poco más de seis de cada diez dominicanos que volvieron se encontraban laborando o buscando activamente un empleo.

Agrega que los migrantes de retorno forzoso registran una elevada tasa de participación, pero sus niveles de desempleo son superiores al del resto. “Esto significa que, aunque están más activamente buscando trabajo, tienden a conseguirlo menos que los migrantes temporales y voluntarios”, observa.

“El ambiente y todo puede cambiar tu forma de ser”

Sosa creció en el Bronx, un barrio neoyorquino con una alta presencia de dominicanos. “La ventana (de mi casa) era como una televisión para mí”, recuerda.

Por esa ventana veía pasar gente que aparentaba estar ganando mucho dinero. “Ellos se veían como estrellas, ellos son artistas para nosotros, entonces uno quería ser eso, uno quería vender droga, estar en la calle y hacer cosas que no debería hacer”, comenta.

El 70.2 % de los dominicanos deportados que retornaron al país tras vivir en el exterior dijo para el citado estudio gubernamental que se fueron entre 1980 y 1999, con una mayor incidencia de la primera década de este período (36.2 %).

“Esto supone que muchos deportados migraron durante la crisis de los años ochenta, época que, en el caso de Estados Unidos, también coincidió con algunos de los momentos más críticos de la lucha contra las drogas”, destaca el estudio.

El informe indica que no hay datos oficiales recientes sobre la cantidad de dominicanos que vivían en el exterior y retornan. Recuerda que para 2010 (año en que se hizo el último censo nacional de población) se estimaron 38,446 retornados, siendo las provincias con más alta migración de retorno Santo Domingo, Santiago, Distrito Nacional, Duarte, La Vega, La Altagracia y San Cristóbal.

En cuanto a nivel educativo formal alcanzado, los retornados muestran una educación principalmente secundaria, equivalente a unos 12 años de estudios, destaca el informe.

Para el estudio se construyó una escala para medir el ingreso mensual de una muestra de 509 retornados entrevistados a finales de noviembre de 2018. Se determinó que el 65 % recibía menos de RD$30,000 al mes y el 49.3 % ganaba menos de RD$20,000.

Los retornados forzosos poseían menos ingreso que los temporales y los voluntarios, ya que tenían una mayor representación en los rangos de ingresos más bajos, guardando con los demás retornados una diferencia importante.

“Esto puede relacionarse con mayores niveles de informalidad laboral y de trabajo precario, así como con menos incidencia de ingresos procedentes del exterior”, destaca el informe.

“Estoy aquí (en la República Dominicana) y todo el mundo me mira como si yo no soy de aquí, pero cuando estoy allá (en los Estados Unidos) me dicen que no soy de allá”.
Los padres de Sosa eran estrictos con su crianza, pero él reconoce que, a pesar de que trataron de intervenir, no lograron evitar que se tornara rebelde y que a principios del nuevo milenio se uniera al grupo Los Trinitarios. Esta es una organización multinacional –o una “cultura” como la define Sosa– integrada por dominicanos o descendientes de dominicanos quienes defienden sus intereses comunes.

“Tu puedes venir de una familia con mucha moral, pero el ambiente y todo puede cambiar tu forma de ser (...) Si tienes amigos que son así, que no tienen padres, ya tu te estás mezclando con eso”, asegura Sosa.

Fue a la cárcel por varios delitos relacionados con asaltos y otras agresiones. La vez que desencadenó su deportación cuenta que se debió a que apuñaló a alguien en defensa propia durante un intento de atraco.

Cinco miembros de Los Trinitarios fueron condenados el año pasado por ser hallados culpables de asesinar en junio de 2018 al adolescente dominicano Lesandro “Junior” Guzmán Feliz en una bodega de el Bronx.

A pesar de los casos criminales que se les atribuyen a miembros de Los Trinitarios, Sosa asegura que su misión es distinta. “Esto no es una pandilla, esto es para defender a los dominicanos”, dice.

Aún se identifica como miembro de la organización, pero con un matiz positivo. “Si tú tienes un poder adentro de la pandilla y lo puedes cambiar para algo bien, ¿por qué tu lo quieres soltar? Quédate en esa pandilla y cámbiala”, dice.

La idea de ayudar a jóvenes de la calle a través de fundaciones y otros medios le abrió la mente para establecer relaciones humanas en su país. “Yo era muy antisocial cuando llegué”, recuerda.

Ahora, un libro
“Siento que es un tabú hablar de los deportados, nadie quiere hablar de eso, pero yo siempre sentí que podía hablar de eso porque eso es quien soy”, afirma Sosa.

En la cárcel Sosa estudió de forma técnica filosofía práctica y sicología. Desde hace tres años interioriza en su vida y lleva unos 14 capítulos escritos de un libro en el que pretende narrar su experiencia como deportado. Ya le tiene un título: “Soy de aquí, pero soy de allá”.

“Quiero que mucha gente entienda la vida de un deportado”, dice.

Para esto también ha explorado en la vida de otros tres amigos deportados para conectarlas entre sí: uno que no sabía hablar español y logró conocer la República Dominicana a través de una novia criolla; otro que solo tenía un año en los Estados Unidos cuando lo deportaron, y un tercero que pasó más tiempo en la cárcel que en libertad.

Sosa tiene las puertas cerradas para volver a los Estados Unidos. Dice que del país del norte extraña su cultura.

@diariolibre