martes, 26 de junio de 2012

En Boca Chica, menores bailan como preámbulo de la explotación sexual


SANTO DOMINGO (R. Dominicana).- Boca Chica, un paraíso donde todo puede suceder. Este polo turístico se ha convertido en un inmenso mercado sexual de menores, cuyas edades van desde ¡nueve! a 16 años, quienes ofertan sus servicios a turistas y nacionales, no importa sexo ni edad.

A partir de las siete de la noche, Boca Chica es un submundo del que salen de todas partes y rincones niñas y niños que ahora bailan por dinero los nuevos ritmos, como preámbulo del inicio de la explotación sexual.

De repente, da la impresión de estar en la bíblica ciudad de Sodoma y Gomorra. La degradación y los espectáculos que convierten a los seres humanos en mero objeto, atentan contra la estabilidad emocional y, sobre todo, contra el derecho de niños y niñas a tener una vida sana. Todo esto ocurre ante la mirada indiferente en unos casos y cómplice en otros, de las autoridades encargadas de velar por la seguridad y el orden público de los ciudadanos criollos y extranjeros que pululan por el lugar.

Calle Duarte: un lupanar público

Una franja de la calle Duarte, principal arteria de esta población, es el escenario propicio. Se cierra a partir de las siete de la noche hasta la madrugada –desde el hotel Hamaca a la esquina del parque--. En esta obra, los actores principales son niños –hembras y varones que ofrecen su encanto al mejor postor. Es el espacio ideal para la lujuria. El consumo de drogas no puede faltar y es el pan nuestro de cada noche.

Necesariamente, los funcionarios de Turismo y la Gobernación tienen que ser espectadores de primera línea, puesto que el edificio que alberga a ambas instituciones está justo en el centro de la bacanal diaria de este lugar turístico, distante solo a 30 minutos de la ciudad capital, yendo hacia el Este.

Los testimonios de los propios menores ponen los pelos de punta a cualquiera, incluso a personas avezadas y acostumbradas a palpar y ver la miseria humana.

Una simple parada en una esquina de este tramo da pie a la conversación con uno de los menores que pululan por él. Es el caso de C...., quien, con apenas 9 años, narra las situaciones que se dan a diario en este enorme prostíbulo público, del que él mismo es víctima.

¿Qué ocurre aquí a partir de las siete de la noche?, pregunto. Con toda naturalidad y desparpajo, C... cuenta que “aquí en la Duarte la gente lo que hace es bailar, coger mujeres, hombres, consumir drogas...”.

¿Te refieres a los menores como tú?, es la pregunta obligada. Sin pensarlo dos veces, C... afirma que “claro, pero aquí lo que más hay es sanky panky, menores que van con los turistas por dinero y por drogas, aunque después los POLITUR le quitan los cuartos y se los llevan presos”.

Este menor se inicia en la prostitución ante el estado de miseria extrema en que vive con su familia en uno de los barrios marginales que rodean a la turística Boca Chica, a donde los extranjeros, “gringos”, les llaman ellos no importa su nacionalidad, buscan satisfacer sus apetencias sexuales.

Este testimonio lo corrobora la encargada del Ministerio Público para los niños, niñas y adolescentes en Boca Chica, Marleni Guante Varona cuando expresa que “no son todos, pero sí, se dan casos de corrupción policial a todos los niveles”, lo que incluye a miembros de POLITUR, cuyo encargado, capitán Julio César Pérez Heredia, afirma, con voz y expresión seguras, que a partir de la actual gestión del organismo, de solo dos meses, “la explotación sexual de menores ha bajado en más de un 90 por ciento”.

Por supuesto, la directora y fundadora de la ONG Caminantes, que se encarga precisamente de la prevención de la explotación sexual y comercial de menores en la zona, Denisse Pichardo, no está convencida de las cifras porcentuales ofrecidas por el oficial de POLITUR, por lo que su respuesta rápida fue “eso, ni ellos mismos se lo creen”.

El “sankypankismo” como profesión

Pero... ¿qué es un sanky panky? La respuesta no se hace esperar “Son los que les piden a los gringos, y se van con ellos a hacer cosas”. Al inquirir sobre qué cosas hacen, C… responde con picardía: “se van con hombres y mujeres y hacen cosas. Los turistas vienen y dan dinero para que les hagan cosas”.

Las “cosas” a que se refiere este menor, al que no identificamos para su protección incluyen sexo oral a depredadores sexuales de hasta 80 años, que vienen a este paraíso que se les ofrece como la panacea para sus problemas.

Guardada en un umbroso lugar queda la Convención sobre los Derechos del Niño, de las Naciones Unidas, de la cual es país es firmante, que en su Artículo 19 dice: “Es obligación del Estado proteger a los niños y niñas de todas las formas de maltrato perpetrados por madres, padres o cualquier otra persona responsable de su cuidado y establecer medidas preventivas y de tratamiento al respecto”.

Con solo nueve años, C... está muy lejos de ser sujeto de este deber, por demás incumplido por el Estado dominicano. Más bien se ha convertido en el retrato fiel de un “tíguere” precoz. Se tragó valientemente todo temor frente a las adversidades a que ha sido expuesto. Continúa su explicación y argumenta que “los sanky panky viven en la playa. Hay niños chiquitos que se prostituyen. También esos niños fuman su cosa. La droga que se consume aquí es cocaína, marihuana, de todas las drogas”.

C... no se considera un sanky, establece sus diferencias, muy marcadas, según él, no solo en el tipo de vestimenta que utilizan unos y otros, sino también porque asiste a la escuela.

Según revela el “Estudio cualitativo sobre explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes en la República Dominicana”, realizado para el UNICEF por Julia Hasbún en el 2006, la mayoría de esos menores nunca han asistido a una escuela. Para ellos, el nivel de escolaridad constituye un estatus.

Dice además, que “estos niños son echados a la calle por sus propios padres, que no se ocupan de ellos, y los exponen al grave peligro que constituye la explotación sexual comercial”. La mayoría provienen de hogares mononucleares.

El referido estudio establece que, “según los testimonios personales, las madres se dedican o se han dedicado a la prostitución, por lo que esta forma de vida es algo normal”.


Ivonne Ferreras/7dias.com.do