domingo, 12 de julio de 2015

Yaquelín, remando contra la marea sin perder la esperanza



Por Carolin Adames/Especial para Acento.com.do

 SANTO DOMINGO, República Dominicana.- En la parte más baja del Simón Bolívar, allí donde convergen los ríos Ozama e Isabela, entre las bolsas de basura, hierbas y lilas enredadas, flotan las 5 yolas de Carmen Lidia Marcelino, mejor conocida como Yaquelín. 

 Yaquelín, una yolera, que comenzó a los 17 años a cruzar gente de un extremo del río al otro, continúa 42 años después, ganándose la vida de la misma manera. Parece perderse en su propia historia al recordar el pasado: “fue Dagoberto Tejeda quien me llevó donde don Corporán de los Santos y él me dio un cheque para comprar mi yolita, todavía anda un poco de madera de esa yola por ahí”, cuenta con brillo en su mirada y una fugaz sonrisa.

 Viviendo a la orilla del río, tenía que mantener a sus hijos como le fuera posible, llevaba sanes, con el dinero que se ganaba cruzando pasajeros. Poco a poco compró más yolas, para que su familia le ayudara a llevar el pan a casa. 

 “Los tiempos son distintos, años atrás era difícil salir del barrio de otra manera que no fuera en la yola, pero ya no es lo mismo. Uno sale desde la mañana, a cruzar lo que Dios manda, algunas veces se consigue algo, otras veces ni para un café”, narra.

 El recorrido

 El trayecto dura unos siete minutos, en donde los robustos brazos de Yaquelin evidencian la energía y el tiempo invertido en este trabajo. “Yoliar es el único trabajo que hay, por aquí no hay nada más. Una vez me puse a vender desayunos, me lo cogían fiao y nadie me pagaba. Aquí no hay dinero, la gente es igual de pobre que uno”. 



Pareciera ser automático: se quita sus chancletas, se sienta en la segunda tabla de la embarcación, que puede verse crujir ante su peso. La yola desafía las hediondas aguas del Ozama, que se cuelan poco a poco en el fondo hasta mojar los pies de los tripulantes, pero la yolera toma un galón cortado por la mitad y se apresura a sacar el agua de la barca.

 Sus yolas descansan en la ribera del afluente, que también es su patio, donde las personas que solicitan su servicio la van a buscar. “Ahora sólo tengo fijas tres personas, que vienen por la mañana, a veces viene otra gente”, dice. A 15 pesos el viaje, las personas son cruzadas a Los Tres Brazos