La interrogante se la hace porque el Covid-19 se llevó entre sus garras a su única hija. “Entonces, si yo solo la tenía a ella y no la tengo, ya no me considero ser madre. ¿Mamá de quién soy yo?, dígame usted, ¿de quién?”. Se lamenta entre un llanto contagioso al otro lado del teléfono.
Recuperando un poco la calma dice: “Ahora soy una mujer vacía y sin ganas de vivir. Se me fue mi hija y ni un entierro digno le pudimos hacer. Solo espero que el Señor me permita, cuando pase todo esto, hacerle un funeral como se lo merece, aunque modesto, porque soy una mujer pobre, pero llena de amor por esa hija que se me fue”. Hace un largo silencio y se alcanzan a escuchar los sollozos.
Como esta madre, de seguro hay otras tantas en el país y en el mundo, cuyos casos, aunque tal vez no queden escritos, sí quedarán documentados en la larga lista de víctimas que el Covid-19 ‘escribe’ para la historia de la humanidad.
Fue hablando con la señora para la que ella trabaja realizando labores domésticas que quien escribe se enteró de esta historia. “Ese Covid-19 ha hecho tanto daño, Marta, que de verdad, solo hay que seguir orando. Pero lo que más me ha afectado es que a la doña que me ayuda en la casa se le murió su única hija. Me llamó inconsolable para darme la noticia”, lo contó vía telefónica con una notable tristeza.
“¿Cómo?, pero qué penosa situación”. Esta fue la reacción de esta servidora, la que tuvo como respuesta: ¿Y tú no sabes nada. Esa mujer ha pasado trabajo… Se le han muerto dos familiares más, uno aquí en la Capital y uno en San Francisco. Bueno, ella es de un pueblo de por ahí. Te digo que se le han muerto vecinos y gente muy conocida, pero nunca imaginó que a su hija también la perdería por el Coronavirus”.
Fue ante este pequeño, pero devastador relato que LISTÍN DIARIO quiso conocer de cerca la historia de esa madre. Ciertamente, al llamarla y decirle que fue doña Clara que facilitó su número de teléfono, no dudó en contar su experiencia. “Ay, mi amiga, si usted supiera lo grande que es esto. Estoy destrozada. Esa muchacha lo era todo para mí. La crié sola, y trabajando ahí donde doña Clara, le di una buena educación”. Hizo una pausa para contener el llanto.
Al reponerse continúa diciendo: “Pero así, y con la ayuda de esa familia, donde llevo 16 años trabajando, la pude sacar a camino. Y al paso, se estaba haciendo de una carrera en la universidad. Pero tenía mucho tiempo estudiando porque ella sufría de asma y tenía que retirarse con frecuencia, pero volvía y se inscribía”. Lo comunica y de nuevo calla.
Un vacío imposible de llenar
Sin exagerar, las cifras de los infectados por el Coronavirus en el país, se acerca a los 7,000 casos. Los fallecidos ya suman 286. Entre ellos está la hija de la protagonista de esta historia, dos primos, dos vecinos y muchas personas conocidas, sobre todo, de la provincia Duarte, de donde es oriunda.
“Yo nací en un pueblito de San Francisco de Macorís, pero cuando me separé del papá de mi hija, me mudé a la Capital. Busqué trabajo y pasé trabajo. Usted no se imagina cuánto. Pero Dios es bueno y me ayudó a dar con personas como doña Clara. Como le dije, ya tengo 16 años con ellos. Esa es gente buena, me sigue pagando, pese a que me dejaron ir desde que pusieron la cuarentena”, relata.
Desde que la despacharon, se fue para su casa, ubicada en un barrio vulnerable de Santo Domingo Este. Allí su hija, de casi 30 años, vivía con ella, aunque iba con regularidad a la provincia Duarte. De hecho, la madre cree que fue allá donde se contagió. Su último viaje a su pueblo lo hizo para votar el 15 de marzo en las elecciones municipales. “Después de las votaciones, se quedó como una semana allá porque tenía un enamorado. Ella no se había casado. Cuando vino, duró unos días bien, y luego comenzó a toser, a no poder respirar y así. Entonces se le hizo la prueba y salió que tenía esa cosa. La mía salió negativa. Primero estaba en la casa sin salir y cuando se puso muy mala, la internaron. Cada vez se ponía peor porque tenía un problema fuerte de asma, hasta que falleció”. Llora y al mismo tiempo pide al Señor que le dé fuerzas para seguir viviendo: “Aunque ya yo no sea la mamá de nadie”.