miércoles, 29 de abril de 2020

“Perdí a mi única hija y ahora no soy mamá de nadie”


Santo Domingo, RD.- Ella no desea que revelen su nombre. LIS­TÍN DIARIO respeta su pri­vacidad. Lo único que quie­re gritar a todo pulmón es ese dolor que la consume y la lleva a preguntarse: ¿To­davía soy madre?

La interrogante se la ha­ce porque el Covid-19 se llevó entre sus garras a su única hija. “Entonces, si yo solo la tenía a ella y no la tengo, ya no me considero ser madre. ¿Mamá de quién soy yo?, dígame usted, ¿de quién?”. Se lamenta entre un llanto contagioso al otro lado del teléfono.

Recuperando un poco la calma dice: “Ahora soy una mujer vacía y sin ga­nas de vivir. Se me fue mi hija y ni un entierro dig­no le pudimos hacer. So­lo espero que el Señor me permita, cuando pase to­do esto, hacerle un fune­ral como se lo merece, aunque modesto, porque soy una mujer pobre, pe­ro llena de amor por esa hija que se me fue”. Hace un largo silencio y se al­canzan a escuchar los so­llozos.



Como esta madre, de se­guro hay otras tantas en el país y en el mundo, cuyos ca­sos, aunque tal vez no queden escritos, sí quedarán docu­mentados en la larga lista de víctimas que el Covid-19 ‘escri­be’ para la historia de la huma­nidad.

Fue hablando con la seño­ra para la que ella trabaja reali­zando labores domésticas que quien escribe se enteró de es­ta historia. “Ese Covid-19 ha hecho tanto daño, Marta, que de verdad, solo hay que seguir orando. Pero lo que más me ha afectado es que a la doña que me ayuda en la casa se le murió su única hija. Me llamó inconsolable para darme la noticia”, lo contó vía telefónica con una notable tristeza.

“¿Cómo?, pero qué penosa situación”. Esta fue la reacción de esta servidora, la que tuvo como respuesta: ¿Y tú no sa­bes nada. Esa mujer ha pasa­do trabajo… Se le han muer­to dos familiares más, uno aquí en la Capital y uno en San Francisco. Bueno, ella es de un pueblo de por ahí. Te di­go que se le han muerto veci­nos y gente muy conocida, pe­ro nunca imaginó que a su hija también la perdería por el Co­ronavirus”.

Fue ante este pequeño, pero devastador relato que LISTÍN DIARIO quiso cono­cer de cerca la historia de esa madre. Ciertamente, al lla­marla y decirle que fue do­ña Clara que facilitó su nú­mero de teléfono, no dudó en contar su experiencia. “Ay, mi amiga, si usted supiera lo grande que es esto. Estoy destrozada. Esa muchacha lo era todo para mí. La crié so­la, y trabajando ahí donde doña Clara, le di una buena educación”. Hizo una pausa para contener el llanto.

Al reponerse continúa dicien­do: “Pero así, y con la ayuda de esa familia, donde llevo 16 años trabajando, la pude sacar a ca­mino. Y al paso, se estaba ha­ciendo de una carrera en la uni­versidad. Pero tenía mucho tiempo estudiando porque ella sufría de asma y tenía que reti­rarse con frecuencia, pero vol­vía y se inscribía”. Lo comunica y de nuevo calla.

Un vacío imposible de llenar

Sin exagerar, las cifras de los infectados por el Coronavi­rus en el país, se acerca a los 7,000 casos. Los fallecidos ya suman 286. Entre ellos está la hija de la protagonis­ta de esta historia, dos pri­mos, dos vecinos y muchas personas conocidas, sobre todo, de la provincia Duar­te, de donde es oriunda.

“Yo nací en un pueblito de San Francisco de Macorís, pero cuando me separé del papá de mi hija, me mudé a la Capital. Busqué trabajo y pasé trabajo. Usted no se imagina cuánto. Pero Dios es bueno y me ayudó a dar con personas como doña Clara. Como le dije, ya ten­go 16 años con ellos. Esa es gente buena, me sigue pa­gando, pese a que me deja­ron ir desde que pusieron la cuarentena”, relata.

Desde que la despacha­ron, se fue para su casa, ubi­cada en un barrio vulnera­ble de Santo Domingo Este. Allí su hija, de casi 30 años, vivía con ella, aunque iba con regularidad a la provin­cia Duarte. De hecho, la ma­dre cree que fue allá donde se contagió. Su último via­je a su pueblo lo hizo pa­ra votar el 15 de marzo en las elecciones municipales. “Después de las votaciones, se quedó como una semana allá porque tenía un ena­morado. Ella no se había casado. Cuando vino, du­ró unos días bien, y luego comenzó a toser, a no po­der respirar y así. Entonces se le hizo la prueba y salió que tenía esa cosa. La mía salió negativa. Primero es­taba en la casa sin salir y cuando se puso muy ma­la, la internaron. Cada vez se ponía peor porque tenía un problema fuerte de as­ma, hasta que falleció”. Llo­ra y al mismo tiempo pide al Señor que le dé fuerzas para seguir viviendo: “Aun­que ya yo no sea la mamá de nadie”.