Muchos negocios se quejan de que la situación está difícil y de que las ventas bajan. Sin embargo, muchas veces, las bajas en las ventas se debe a factores que nada tienen que ver con la mercancía, el confort o lujo del local o el prestigio de una marca o nombre.
Sencillamente, tiene que ver con detalles más pequeños que en definitiva, son los que hacen la diferencia y provocan que el cliente o se acerque o se aleje definitivamente. En efecto, la falta de cortesía y mala educación no son compatibles con las ventas. De ahí la necesidad de que el personal que entra en contacto con el cliente sea amable y atento.
Es común entrar en una tienda y saludar y que nadie en el establecimiento responda o que nadie se muestre a la orden o, en su defecto, se muestre en actitud de persecución del cliente, lo cual hostiga y molesta hasta el punto de que este decide marcharse.
Al cliente hay que darle libertad, hay que permitirle decidir, pensar, soñar con el artículo, dejarle idealizar y visualizar su conjunto y su am-biente con producto que observa. La mayoría de las compras encierran cierta indecisión y hasta ciertas ocasiones en que el objeto no es necesario y, si se presiona demasiado al cliente, entonces saldrá huyendo, sin que se logre el objetivo: ¡que compre!
Muchas veces quien cobra se entretiene en el teléfono o conversando con otra persona, el comprador espera por ser atendido y luego no hay una disculpa de parte del dependiente, en una actitud de servicio atento y personalizado. En otras ocasiones, el cajero o cajera está hablando por teléfono, cobra a uno y sigue hablando sin ni siquiera mirar al cliente, en una actitud despreocupada e indiferente.
Muchos empleados, sobre todo del área de calzado o ropas, te dejan buscar la talla y color y no acuden en auxilio y cuando asisten se limitan a un cortante “lo que está ahí, si no hay es porque no hay más”. Sin embargo, cuando ya el cliente ha escogido su prenda de vestir te piden que deje anotar el “código”, que no es ningún código, sino el número asignado al dependiente, como que le atendió, sin haberlo hecho. Cuando están todas agrupadas, incluso en tiendas de prestigio, hablando de sus relaciones amorosas, fiestas y diversiones y ya observan que usted escogió, vienen a decir que le atendieron, entonces no lo acepte. Si no le auxiliaron en su compra y le fueron indiferente, tampoco tienen derecho a ganar comisión por ello.
Situaciones como esta se están dando con demasiada frecuencia. El buen servicio se pierde con el progreso, la modernidad, el autoservicio y la autogestión. Si este comportamiento no se corrige a tiempo, lleva al fracaso a más de una tienda, desprestigiándola y poniendo en riesgo su competitividad, ventajas que tienen los pequeños negocios donde por lo general hay afabilidad, buen trato y asesoría personalizada.
En tiempos de crisis, no es que no se consume, es que se hace de ma-nera más inteligente.
En las grandes tiendas, por lo general, el vendedor es un asalariado y su desprecio hacia los clientes es por lo general, ajeno a los intereses de la empresa a la que representa.
Sin embargo, cuando un depen-diente ofende al cliente, es la empresa la que queda mal, pierde al cliente y consigue una propaganda negativa que se extenderá. Cuando los negocios son pequeños, es menos probable que sucedan estas cosas.
En definitiva, el caso es sencillo, la mala educación de los empleados provoca la pérdida de clientes y, rotundamente, el fracaso de las empresas.
Sencillamente, tiene que ver con detalles más pequeños que en definitiva, son los que hacen la diferencia y provocan que el cliente o se acerque o se aleje definitivamente. En efecto, la falta de cortesía y mala educación no son compatibles con las ventas. De ahí la necesidad de que el personal que entra en contacto con el cliente sea amable y atento.
Es común entrar en una tienda y saludar y que nadie en el establecimiento responda o que nadie se muestre a la orden o, en su defecto, se muestre en actitud de persecución del cliente, lo cual hostiga y molesta hasta el punto de que este decide marcharse.
Al cliente hay que darle libertad, hay que permitirle decidir, pensar, soñar con el artículo, dejarle idealizar y visualizar su conjunto y su am-biente con producto que observa. La mayoría de las compras encierran cierta indecisión y hasta ciertas ocasiones en que el objeto no es necesario y, si se presiona demasiado al cliente, entonces saldrá huyendo, sin que se logre el objetivo: ¡que compre!
Muchas veces quien cobra se entretiene en el teléfono o conversando con otra persona, el comprador espera por ser atendido y luego no hay una disculpa de parte del dependiente, en una actitud de servicio atento y personalizado. En otras ocasiones, el cajero o cajera está hablando por teléfono, cobra a uno y sigue hablando sin ni siquiera mirar al cliente, en una actitud despreocupada e indiferente.
Muchos empleados, sobre todo del área de calzado o ropas, te dejan buscar la talla y color y no acuden en auxilio y cuando asisten se limitan a un cortante “lo que está ahí, si no hay es porque no hay más”. Sin embargo, cuando ya el cliente ha escogido su prenda de vestir te piden que deje anotar el “código”, que no es ningún código, sino el número asignado al dependiente, como que le atendió, sin haberlo hecho. Cuando están todas agrupadas, incluso en tiendas de prestigio, hablando de sus relaciones amorosas, fiestas y diversiones y ya observan que usted escogió, vienen a decir que le atendieron, entonces no lo acepte. Si no le auxiliaron en su compra y le fueron indiferente, tampoco tienen derecho a ganar comisión por ello.
Situaciones como esta se están dando con demasiada frecuencia. El buen servicio se pierde con el progreso, la modernidad, el autoservicio y la autogestión. Si este comportamiento no se corrige a tiempo, lleva al fracaso a más de una tienda, desprestigiándola y poniendo en riesgo su competitividad, ventajas que tienen los pequeños negocios donde por lo general hay afabilidad, buen trato y asesoría personalizada.
En tiempos de crisis, no es que no se consume, es que se hace de ma-nera más inteligente.
En las grandes tiendas, por lo general, el vendedor es un asalariado y su desprecio hacia los clientes es por lo general, ajeno a los intereses de la empresa a la que representa.
Sin embargo, cuando un depen-diente ofende al cliente, es la empresa la que queda mal, pierde al cliente y consigue una propaganda negativa que se extenderá. Cuando los negocios son pequeños, es menos probable que sucedan estas cosas.
En definitiva, el caso es sencillo, la mala educación de los empleados provoca la pérdida de clientes y, rotundamente, el fracaso de las empresas.