martes, 31 de marzo de 2015
Peloteros de liga menor no se benefician del gran dinero
Pedro G. Briceño listindiario
Santo Domingo
Al margen del confort, los flashes y acaudalados contratos que propicia las Grandes Ligas, el béisbol registra una parte que en muchos de los casos se pierde en el horizonte, sin dolientes y pasando las peripecias que solo un prospecto hambriento es capaz de soportar. Ellos, los jugadores de las Ligas Menores representan la semilla del béisbol que requieren de un muy fuerte trajinar para poder germinar y crecer hasta alcanzar el codiciado destino, que es escalar a las Ligas Mayores.
Aunque un puñado es bendecido con gigantescos bonos, el gran núcleo firma por cantidades no muy potentadas, que al venir de la extrema pobreza no les alcanza para resolver muchas cosas, amén de que tras estampar sus contratos de inmediato se convierten en cabezas de familia.
Es una especie de viacrucis, de largos viajes en autobuses, con equipaje al hombro de estadios en estadios, cuya jornada de labor supera las 12 horas al día, pero lo más patético del caso es que perciben un salario mucho menor al sueldo mínimo registrado en Estados Unidos.
Salarios de miseria
Un novato que participa desde doble A hacia abajo apenas devenga un sueldo de 1,100 dólares mensual mediante una campaña que dura cinco meses. Esto equivale a 5,500 dólares por la campaña, salario mucho menor al registrado por un empleado de comida rápida, quien gana entre 15 y 18 mil dólares al año, prácticamente dos veces lo que percibe un jugador de las Menores.
“El sistema de Ligas Menores no ha crecido para nada, los jugadores tienen el mismo pacto salarial de cuando yo firmé hace 27 años”, expresa Miguel Batista, un ex lanzador, quien permaneció 18 campañas en Grandes Ligas, pero al igual que el gran grueso de bisoños también tuvo que hacer malabares para superar ese espinoso camino que existe entre las Menores y llegar al béisbol del más alto nivel.
“Nos metíamos cinco en un apartamento, de esta forma era que podíamos vivir”, recuerda Batista, quien entre sus “rooming” se encontraban los también quisqueyanos Alberto Reyes y Carlos Pérez, quienes firmaron con él en 1988 para los Expos de Montreal.