Freddy Ortiz Pujols listindiario
Santo Domingo
La “lucha” que tiene que librar Josué Encarnación, medallista de bronce en los recién finalizados Juegos Panamericanos de Toronto, no solo es en el tapiz donde sale a combatir, también tiene que enfrentarse a una realidad que lo golpea en la cara desde que abre los ojos cuando se levanta.
Su maltrecha vivienda, ubicada en el barrio Villa Esmeralda de Azua, la sostiene unas podridas maderas, inclinadas más hacia la derecha, un techo sujetado por una lata de salsa de dos kilos, una piedra que aguanta la puerta y los bombillos colgados de alambres que apuntan hacia el suelo. Además de agujeros que anuncian la llegada de un nuevo día desde la cama.
Las condiciones infrahumanas de la “casa” en la que nació y se crió, no resisten a lo que la madre naturaleza pueda causar.
“Cuando llueve, hay que salir para afuera, ponerle zinc o funda, mover la cama, para que no se moje, es una situación muy penosa”, agrega el atleta de lucha olímpica de 23 años.
Techo de vivienda a punto de desplomarse
“El techo se está cayendo, a veces cuando llueve, todo hay que sacarlo, porque todo se moja, es una situación muy difícil”, explica Encarnación de 23 años, quien comparte la vivienda con cinco personas más, incluyendo dos primas y dos hijos de estas. Sin embargo, tampoco es de su propiedad, pues su abuela Ana Antonia Encarnación (fallecida en el 2013), fue quien le dejó como “herencia” para todos los que habitaran en esa humilde hogar.
“Es algo arrimado que dejó mi abuela mía, con el poco dinero que pude conseguir cuando gane la medalla de plata en los Juegos Centroamericanos de Veracruz el año pasado pude comprar un solar con ese dinero, pero no he pasado de ahí, mi sueldo base no me ayuda avanzar”, expresa cabizbajo al tiempo que reclama una vivienda en mejores condiciones para ser levantada en ese terreno que adquirió, quien obtuvo esa presea de bronce al superar por puntos (2-0) a Charles Thoms, de Canadá, en la categoría de los 130 kilos de esa cita continental.
Pero además esa misma vivienda fue afectada por un fuego en el 2011, el siniestro hizo añicos todos los honores que había logrado hasta ese momento, incluyendo su ropa y pertenencias que estaban allí, por suerte nadie se encontraba en esa ocasión.
“Tenía como 40 medallas, se me quemaron los diplomas, no había nadie en la casa, mi abuela estaba en la iglesia, pero se quemaron mis ropas”, recuerda con nostalgia, quien según cuenta, fue gracias a unos generosos vecinos que ayudaron a recuperar la casa donando escasemente zinc y tablas, pero que el tiempo se ha encargado de deteriorar.
NO TIENE DÓNDE PONER LA MEDALLAS
Luego de su participación en un evento internacional representando al país, no tiene espacio para descansar en un ambiente adecuado en su lar nativo.
“Se me hace imposible porque ni siquiera puedo dormir bien, no hay comodidad, se me hace muy difícil descansar”, manifesta con dolor.
“La juventud que me sigue se siente apenada porque ven que todos los logros que he tenido, pero a veces dicen de que te sirven si no tienes un hogar propio, una vivienda y donde descansar”, indica con pena. Ni siquiera tiene dónde poner las medallas que trae colgadas en su cuello y las que ha logrado en su corta carrera, por lo que se ve obligado a entregárselas a una prima para que las coloque en un lugar seguro.
“Las medallas a vecesla tiene una prima para su casa para guardarla para que estén segura y que no se pierdan,también los trofeos y los diplomas”, apunta, quien se inició a los 15 años en ese deporte de la mano del entrenador Pedro Feliz en Azua.
VERGÜENZA El paupérrimo estado de su habitad lo avergüenza al momento de invitar a sus amigos a compartir un rato para conversar un rato, pero más le duele cuando tiene que guardar silencio cuando sus colegas de otros países hablan de sus condiciones de vida.
“A veces me da vergüenza compartir una taza de café con ellos, porque no son condiciones dignas y cuando voy a otro país y veo a otros deportistas las comparaciones son del cielo a la tierra, porque ellos hablan de los privilegios que disfrutan, incluyendo que tienen su hogar, mejor uno se queda callado”, dice con voz entrecortada.
Encarnación tiene confianza en poder levantar una nueva casa, para lo cual espera la ayuda de empresas y el propio Gobierno.