Hubo una época en que todo el que se antojaba de puerco asao con casabe o moro, o un respetable trozo de chicharrón, mejor si recién sacado del caldero, porque al exprimirle naranja agria se esponjaba, y cuando se le hincaba el diente se sentía crocante, tenía a MILITO como referencia.
Cuando no había servicio en la casa y no se podía cocinar a tiempo la solución era arrancar pa’donde MILITO a buscar arroz blanco, habichuelas, moro rojo o negro, pollo asado (ahumado), fritos verdes, bistec, chuletas o un buen pedazo de cerdo a la puya, exigiendo al dependiente que le pusiera algunos cueritos tostados.
(Aquí corríjanme, si me equivoco, estoy dubitativo). El nombre de “Milito” era EMILIO LLAVERÍAS. En la caja, donde se pagaba la comida comprada por libra o por servicio estaba DOÑA CUCA. Al lado de la registradora estaban los cuencos plásticos con dulce de leche, guayaba, cajuil, coco, etc. Al cruzar una puerta lateral estaba el área del comedor, donde se sentaban los que pedían por servicio.
Con el paso del tiempo vino la competencia.
Hoy hay muchas lechoneras, y con buen servicio, pero les falta esa atmósfera que tenía MILITO (los franceses llaman a ciertos elementos “achalandage”, y es parte del fondo de comercio, pero dejemos los jurídico a un lado). Estuvo ubicada en El Embrujo, en el tramo de la Av. Juan Pablo Duarte antes del llegar a la R. Vidal, donde hoy funciona Domino’s Pizza.
¡Vaya paradoja! El inmueble donde estuvo por mucho tiempo la mejor comida criolla (no existían los negocios como El Caldero Feliz y otros que aún funcionan), símbolo de Santiago, dio paso a una pizzería norteamericana.
Por Juan Carlos Bircann