Guarionex Rosa
Santo Domingo, RD
Sin que tenga la culpa de la situación, a poco de cumplir ocho meses en el poder, el gobierno del presidente Abinader está pasando por su peor momento, con la pandemia COVID-19 que amenaza expandirse por malas prácticas, y la Policía en las cuatro esquinas.
Los adversarios de Abinader se ríen labios adentro de las tribulaciones que pudiera pasar su régimen. Unos, con partidarios en juicios históricos y otros que esperan los llamen a las cortes, suponen que si el gobierno se debilitara su situación podría mejorar a la postre.
Pescadores de río revuelto, no cuentan con que puede ser lo contrario porque las graderías piden sangre. Abinader ha dicho cada vez que hay un caso que amerita la acción de la justicia, como en el reciente de una patrulla que acribilló a unos jóvenes evangélicos, que no puede intevenir.
Para encarar la pandemia, los esfuerzos del régimen son enormes, los gastos cuantiosos y su palabra empeñada en que la gente asuma las mejores prácticas de usar mascarillas, distanciarse y mantener el aseo, todo a la espera de que antes de fin de año se vacune al país.
La vacunación ha avanzado bien. Preocupado, el gobernante fue el lunes a ver como andaban las cosas en un centro de vacunación en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), sin dejar su agenda, pero el feriado de Semana Santa amenaza el trabajo.
Quizás todo lo que se ha podido lograr como advirtió el Colegio Médico Dominicano y los especialistas podría dañarse por la propensión dominicana a las fiestas, el solaz y el consumo alcohólico que afecta también la economía disminuida de los que están en fiesta.
Los esfuerzos del régimen son notables. El ministerio de Salud Pública está respondiendo con presteza a quienes piden información sobre el sitio en que deben inocularse con la primera y la segunda vacuna, como en mi caso, que tras preguntar, recibí datos exactos.
Se teme que rebrotes de la pandemia ya están surgiendo como resultado de un largo feriado de la Semana Santa que sirvió a muchos para congestionar las carreteras hasta los resorts y lugares de esparcimiento con fiestones y bebederas sin contemplaciones.
Uno de los resultados de ese desenfreno, aparte del daño que un incremento de la pandemia puede ocasionar, es la salida al mercado clandestino de algunas variedades de bebidas destiladas en patios sin la menor higiene y ligadas con químicos venenosos.
Algunas bebidas de ese tipo, vinculadas con rones haitianos como el clerén se expenden desde hace tiempo en colmados de los barrios populares de la capital. Los compradores y los “colmaderos” saben lo que hacen. Las bebidas ilegales están camufladas.
La Policía lo sabe todo en los barrios; saben que las bebidas adulteradas con una fuerte gradación de alcohol y químicos se venden al parecer para el público de escaso presupuesto para comprar el ron regular, no obstante los precios moderados de la bebida criolla.
La PN en descrédito
El asesinato de dos jóvenes recién casados de la religión evangélica a manos de una patrulla de la Policía en Villa Altagracia, ha resaltado lo que tantas veces se ha dicho, inclusive en varios análisis que he publicado durante años, que la uniformada es una institución brutal.
Podría ser sorprendente que la Policía actual no diste mucho en cuanto a sus métodos de la de los 12 años del régimen del doctor Balaguer, que heredeó toda su oficialidad de los servicios de seguridad, militares y policiales de la Era de Trujillo.
En mis cavilaciones con el mayor general Neit Nivar Seijas, mientras ambos coincidimos en condición de diplomáticos (Él agregado militar y yo Consejero y Cónsul General) de la Embajada dominicana en Washington, D.C., el tema de la brutalidad policial siempre surgía.
Nivar Seijas, de la vieja guardia que dejó Trujillo, había sido de la línea “floja” del régimen balaguerista que gobernó desde 1966-1978. Tanto militar como político le salvó la vida a algunos opositores a muerte de Balaguer como los hermanos Matos Moquete. La contraposición era la “línea dura”, que no tenía mucha piedad.
De Manuel y Plinio, sobrevivientes de aquellas jornadas, hablamos muchas veces en su residencia de Washington, D.C. entre 1979-1980. Nunca me dio una explicación clara de por qué la mentalidad de la Policía no cambiaba. Hacerse la pregunta ahora, 41 años después, deja las mismas inquietudes.
Unas conjeturas de sus labios me respondían que muchos jóvenes educados no querían ingresar a la Policía, pero de todas maneras la Policía los prefería brutones, de las zonas más atrasadas del país donde la milicia era la fuente nutricia del empleo.
Nivar Seijas quedó sinceramente afectado por el asesinato del periodista Gregorio García Castro, quien me lo había presentado a raíz del apresamiento de Manuel Matos Moquete. En el D.C., me repitió sus sentimientos hacia ese amigo periodista, una especie de asesor honorífico.
Los brutos a la PN
En la oficialidad de la Policía se rieron cuando un jefe propuso que entre los requisitos de ingreso se pidiera el bachillerato, cosa que se mantiene para los que entran en las academias. Los policías siguen mirando a los civiles por encima del hombro y dicen que no son gente. No creen en las ideas de los derechos humanos.
Algunos de los que la dirigieron y salieron de ella sin dejar un trabajo digno de encomio, ahora sugieren que la recién formada comisión para la transformación de la Policía no tendrá éxitos. Irreverente, uno de esos generales, sugirió que el presidente estaba mal asesorado.
La Policía al parecer no ha cambiado en más de 40 años porque a su quehacer represivo y brutal, se une la desidia de los gobiernos para detener la corrupción, la tolerancia con las drogas narcóticas y la construcción de “caletas” ya que las fortunas no pueden cobijarse en los bancos.
Al proclamar que se reformará la PN “cueste lo que cueste”, el presidente Abinader ha empeñado su palabra en un caso que de una manera u otra afecta a la mayoría de los dominicanos, por la alevosía y la amenaza a la seguridad personal, ya que todos menos los gatilleros, se miran en el espejo.
Si un respiro tiene el presidente Abinader es que cuenta con apoyo popular según dicen las encuestas y que la economía se proyecta al crecimiento de acuerdo a los datos del Banco Central que reconfirman el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial.