Por MÁXIMO JIMÉNEZ
Wilfrido Vargas encabeza un pelotón de instrumentistas que hicieron aportes valiosos a la evolución del merengue
Pocos han atribuido que la visión, preparación académica y buen criterio musical de una gran cantidad de músicos que, indudablemente hicieron sus aportes para que la década de los 1980 fuera hoy la época dorada del merengue.Crearon escuela, forjaron estilos, sirvieron de maestros para que en sus orquestas se formaran artistas que todavía hoy tienen vigencia. Ya fuese en el piano, en el saxofón o en la trompeta, ellos cimentaron la base de una estructura rítmica que con los años gana público y estatura de clásicos.
Pero lo que sucedió con el merengue en los años 80, empezó a construirse a principios de los 70, con la irrupción de un jovensísimo Wilfrido Vargas que bebió agua bendita salida del manantial jazzístico y junto a Los Beduinos evolucionaron nuestro merengue. Trompetista de profesión, músico de oído agudo y gusto refinado, Vargas amasó un repertorio de 26 álbumes con ramificaciones por estilos tan ricos como el kompa, vibrante como el rock, melódico como el jazz y autóctono como el merengue tradicional.
En ese selecto grupo de merengueros (músicos) que sin duda tiene a Wilfrido Vargas como líder genuino, saca la cabeza el pianista Bonny Cepeda, considerado como uno de los pioneros en la ejecución de los teclados, a los cuales les sacaba notas todavía desconocidos por muchos artistas de la época. Talento sinigual que le permitió hacer historia cuando logró para el país la primera nominación al Grammy en el 1985.
Su experiencia la adquiere iniciándose como instrumentista, casualmente, con Wilfrido Vargas, de donde sale para formar La Gran Orquesta junto a su hermano Richie Cepeda, Andy Mesa y Carlos Manuel. Luego pasa como pianista, productor y director musical de Los Hijos del Rey, más tarde forman la agrupación Bonny con Kenton, y de ahí sale a dirigir la orquesta de FernandoVillalona hasta constituir Bonny Cepeda y su Orquesta.
El piano también sirvió de instrumento para que otro maestro lanzara al estrellato a vocalistas de la talla de Sergio Vargas, Pablito Martínez y Charlie Rodríguez. Se trata de Dioni Fernández y El Equipo, quien cosechó éxitos suficientes pasa ser considerado una de las figuras emblemáticas de esa época por canciones como “El guardia del arsenal”, “Mina de amor”, “Queriéndote y adorándote”, “Fiesta y fiesta”, “El ritmo de la noche”, “Pasa la vida”, “Loco loco”, “Cómo es posible” y “El millonario”.
Fernández amasó durante más de 20 años en ebullición artística un repertorio envidiable, no sólo por la pegada que tuvieron esos merengues, sino porque además pertenecen a una producción selecta del género, gracias a la calidad de sus arreglos y el romanticismo de muchas de sus composiciones. Entre sus reconocimientos más importantes está el Casandra Especial que le concedió en el año 2007 la Asociación de Cronistas de Arte (Acroarte).
Parecería como si el piano fuera el instrumento ideal para producir esos sonidos que todavía siguen en el gusto, incluso, de las nuevas generaciones. Aníbal Bravo, Henry Hierro (en sus años junto a Víctor Roque y La Gran Manzana), Coqui Acosta, Ringo Martínez, quien junto a Jossie Esteban orquestó una Patrulla 15 que grabó un cancionero único --y muy adelantado para la época-- que dimensiona lo mejor del merengue.
Ganador de El Soberano y varias estatuillas en los Premios Casandra, al maestro Ramón Orlando el merengue le debe aportes impagables. Con su estilo a lo maco, merengue bailable o romántico, arreglista, compositor y, por demás, cantante, el hijo de Cuco Valoy saboreó como el que más de un éxito inigualable. Su música produjo una gran cantidad de bombazos populares todavía vigentes: “Noche eterna”, “Un día más”, “Weo”, “Ring, ring”, “Más” y “No hay nadie más”. Ramón Orlando es hoy un músico que trascendió a su época.
Entre el saxofón y la trompeta
Tuvieron que rodearse de cantantes y figuras que dimensionaban sus orquestas, como fue el caso del saxofonista Luis Ovalle. En 1972 formó Luis Ovalle & Orquesta, que en su primera etapa logró posicionarse en los primeros lugares en la región del Cibao. En su carrera, grabó más de 22 producciones, por sus grandes logros como “La fosforera”, “Se fue la luz”, “Se hunde el barco”, entre otros temas. La agrupación fue merecedora de diversos reconocimientos y galardones como El Gordo del año y El Dorado, que lo recibió en tres ocasiones (1983, 1986 y 1987). También cosechó nominaciones a los Premios Casandra en el 1985, 1986 y 1987), como Orquesta del año.
Trompetista que también se ganó su espacio en los años ochenta fue July Mateo, mejor conocido como Rasputín. Con una trayectoria que Acroarte reconoció este año en el marco de su primera edición del Premio al Mérito Periodístico, Rasputín amasó canciones que tuvieron una gran pegada como “Primavera”, “Titiguay”, “Tan enamorados”, “Viejo año” y muchísimos otros más.
Son sólo algunas de las figuras con las que el merengue tiene una gran deuda.
Si bien es cierto que hoy en día predominan otros modelos artísticos, entre los 70 y los 80 surgieron una serie de instrumentistas que hicieron aportes de gran valía para que el ritmo nacional enriqueciera su propuesta tradicional.
Pocos han atribuido que la visión, preparación académica y buen criterio musical de una gran cantidad de músicos que, indudablemente hicieron sus aportes para que la década de los 1980 fuera hoy la época dorada del merengue.Crearon escuela, forjaron estilos, sirvieron de maestros para que en sus orquestas se formaran artistas que todavía hoy tienen vigencia. Ya fuese en el piano, en el saxofón o en la trompeta, ellos cimentaron la base de una estructura rítmica que con los años gana público y estatura de clásicos.
Pero lo que sucedió con el merengue en los años 80, empezó a construirse a principios de los 70, con la irrupción de un jovensísimo Wilfrido Vargas que bebió agua bendita salida del manantial jazzístico y junto a Los Beduinos evolucionaron nuestro merengue. Trompetista de profesión, músico de oído agudo y gusto refinado, Vargas amasó un repertorio de 26 álbumes con ramificaciones por estilos tan ricos como el kompa, vibrante como el rock, melódico como el jazz y autóctono como el merengue tradicional.
En ese selecto grupo de merengueros (músicos) que sin duda tiene a Wilfrido Vargas como líder genuino, saca la cabeza el pianista Bonny Cepeda, considerado como uno de los pioneros en la ejecución de los teclados, a los cuales les sacaba notas todavía desconocidos por muchos artistas de la época. Talento sinigual que le permitió hacer historia cuando logró para el país la primera nominación al Grammy en el 1985.
Su experiencia la adquiere iniciándose como instrumentista, casualmente, con Wilfrido Vargas, de donde sale para formar La Gran Orquesta junto a su hermano Richie Cepeda, Andy Mesa y Carlos Manuel. Luego pasa como pianista, productor y director musical de Los Hijos del Rey, más tarde forman la agrupación Bonny con Kenton, y de ahí sale a dirigir la orquesta de FernandoVillalona hasta constituir Bonny Cepeda y su Orquesta.
El piano también sirvió de instrumento para que otro maestro lanzara al estrellato a vocalistas de la talla de Sergio Vargas, Pablito Martínez y Charlie Rodríguez. Se trata de Dioni Fernández y El Equipo, quien cosechó éxitos suficientes pasa ser considerado una de las figuras emblemáticas de esa época por canciones como “El guardia del arsenal”, “Mina de amor”, “Queriéndote y adorándote”, “Fiesta y fiesta”, “El ritmo de la noche”, “Pasa la vida”, “Loco loco”, “Cómo es posible” y “El millonario”.
Fernández amasó durante más de 20 años en ebullición artística un repertorio envidiable, no sólo por la pegada que tuvieron esos merengues, sino porque además pertenecen a una producción selecta del género, gracias a la calidad de sus arreglos y el romanticismo de muchas de sus composiciones. Entre sus reconocimientos más importantes está el Casandra Especial que le concedió en el año 2007 la Asociación de Cronistas de Arte (Acroarte).
Parecería como si el piano fuera el instrumento ideal para producir esos sonidos que todavía siguen en el gusto, incluso, de las nuevas generaciones. Aníbal Bravo, Henry Hierro (en sus años junto a Víctor Roque y La Gran Manzana), Coqui Acosta, Ringo Martínez, quien junto a Jossie Esteban orquestó una Patrulla 15 que grabó un cancionero único --y muy adelantado para la época-- que dimensiona lo mejor del merengue.
Ganador de El Soberano y varias estatuillas en los Premios Casandra, al maestro Ramón Orlando el merengue le debe aportes impagables. Con su estilo a lo maco, merengue bailable o romántico, arreglista, compositor y, por demás, cantante, el hijo de Cuco Valoy saboreó como el que más de un éxito inigualable. Su música produjo una gran cantidad de bombazos populares todavía vigentes: “Noche eterna”, “Un día más”, “Weo”, “Ring, ring”, “Más” y “No hay nadie más”. Ramón Orlando es hoy un músico que trascendió a su época.
Entre el saxofón y la trompeta
Tuvieron que rodearse de cantantes y figuras que dimensionaban sus orquestas, como fue el caso del saxofonista Luis Ovalle. En 1972 formó Luis Ovalle & Orquesta, que en su primera etapa logró posicionarse en los primeros lugares en la región del Cibao. En su carrera, grabó más de 22 producciones, por sus grandes logros como “La fosforera”, “Se fue la luz”, “Se hunde el barco”, entre otros temas. La agrupación fue merecedora de diversos reconocimientos y galardones como El Gordo del año y El Dorado, que lo recibió en tres ocasiones (1983, 1986 y 1987). También cosechó nominaciones a los Premios Casandra en el 1985, 1986 y 1987), como Orquesta del año.
Trompetista que también se ganó su espacio en los años ochenta fue July Mateo, mejor conocido como Rasputín. Con una trayectoria que Acroarte reconoció este año en el marco de su primera edición del Premio al Mérito Periodístico, Rasputín amasó canciones que tuvieron una gran pegada como “Primavera”, “Titiguay”, “Tan enamorados”, “Viejo año” y muchísimos otros más.
Son sólo algunas de las figuras con las que el merengue tiene una gran deuda.
Si bien es cierto que hoy en día predominan otros modelos artísticos, entre los 70 y los 80 surgieron una serie de instrumentistas que hicieron aportes de gran valía para que el ritmo nacional enriqueciera su propuesta tradicional.