Toda la vida he leído los diarios y nunca he visto en primera plana la palabra “mangú”. Por más artículos que he leído, no lo he visto categorizado en las corrientes de opinión. Cuando se entrevista a un gran líder nunca se le pregunta si le gusta el mangú. Ningún intelectual ha dedicado una minúscula porción de su sapiencia a elevar las virtudes del mangú (aunque todos comen mangú). Los candidatos no le ofrecen mangú al pueblo. No hay una calle que se llame Mangú. Y todo eso –oh, injusticia!– a pesar de que nuestro orgulloso subdesarrollo tiene el sello inconfundible del mangú (con salchichón, claro).